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La demografía necesita un trato específico

Una casa abandonada en el rural gallego.

Una casa abandonada en el rural gallego. / Efe

Nadie, expertos o profanos en la materia, pone en duda que la demografía, esto es su persistente desplome, es uno de los problemas más acuciantes que padece Galicia y el Noroeste peninsular, en particular, y España en general. Son insignificantes también las voces discrepantes o negacionistas, aquellas que desprecian la advertencia de que un saldo demográfico año tras año menguante tiene un impacto muy negativo sobre la economía y, por extensión, sobre el progreso de una sociedad. Con una población decreciente y envejecida no se puede construir ningún proyecto de futuro, más bien al contrario, sobre ella se cimenta el declive de un territorio.

En un contexto grave, denunciado en repetidas ocasiones en este mismo espacio editorial, nuestros responsables políticos, los actuales y sus antecesores, se han dedicado a proclamar, particularmente cada vez que se conoce un dato negativo –que es siempre–, su firme compromiso por revertir este proceso involutivo. Son generalmente declaraciones altisonantes e impregnadas de cierta pomposidad, que se quedan ahí.

Porque la realidad fría de los números revela que no se está reaccionando ni con premura ni con acierto ni con firmeza. Que no existe una estrategia clara ni se disponen de los recursos ni de las herramientas necesarias. Que la demografía –que va muchísimo más allá de recuperar la natalidad– sigue siendo un asunto menor en los proyectos y las acciones de nuestra clase política, de uno y otro signo, de aquí y de allá. Que sus propuestas distan mucho de ser ambiciosas. Y que sus planes forman parte del capítulo de “Y además” que se incluye en sus programas electorales.

El próximo 18 de febrero los gallegos están llamados a las urnas para decidir quién nos gobernará los próximos cuatro años. Así que estamos en un momento propicio para escuchar qué tienen que decir los aspirantes a presidir el Gobierno gallego sobre un asunto de tal relevancia. Cuáles son sus planteamientos y cuáles sus acciones para revitalizar un saldo demográfico deprimente.

Mucho se ha hablado de la Galicia vaciada –de sus problemas, de sus consecuencias e incluso de las posibles medidas para ponerle freno–, pero las cifras y un simple paseo por el interior de nuestra comunidad indican que el problema avanza y lo hace en todas las direcciones, hasta el punto de que ya está afectando a los grandes motores demográficos, como es el caso de la ciudad de Vigo.

El flujo migratorio –la llegada por miles de ciudadanos iberoamericanos– a duras penas enmascara la gravedad del problema.

“Lo primero que deberían aclarar los líderes políticos gallegos, todos, es qué relevancia le conceden a la cuestión demográfica. Y si esa importancia tendrá una traslación en la configuración de su gobierno”

Lo primero que deberían aclarar los líderes políticos gallegos, todos, es qué relevancia le conceden a la cuestión demográfica. Y si esa importancia tendrá una traslación en la configuración de su gobierno. Porque hasta ahora hemos venido escuchando –en Galicia pero también en el resto de comunidades del Noroeste, la zona más damnificada por la pérdida y el envejecimiento poblacionales– que el asunto es de suma gravedad al tiempo que apenas se han tomado medidas de calado: hemos visto reiteradas apelaciones a constituir un frente común –el manido recurso de las alianzas políticas que vale tanto para un corredor ferroviario como para un modelo de financiación o incluso para una crisis sanitaria– de los territorios afectados; hemos asistido a constantes exigencias al Gobierno de España –que también debe implicarse a fondo– e incluso a la Unión Europea para que doten con fondos unas supuestas políticas demográficas, que con frecuencia se quedan en compromisos evanescentes o estrategias fantasma.

Es evidente que Galicia necesita una política clara, definida, sostenida en el tiempo y dotada con recursos reales. Bien planificada, paciente y ambiciosa. La cuestión es si para implementar esa estrategia la cuestión demográfica puede estar en manos de seis o siete consellerías diferentes.

Porque suele ocurrir que cuando una materia –por su naturaleza transversal– es competencia de numerosos departamentos los resultados son abiertamente decepcionantes. Al ser responsabilidad de varios, nadie se hace responsable del todo. El fracaso colectivo parece menos fracaso. Se diluye en el anonimato. Unos se miran a otros, como si la pelota estuviese siempre en el tejado de enfrente.

Por ello, ahora que estamos a unas semanas de que los gallegos con sus votos contribuyan a formar un nuevo Parlamento gallego y una nueva Xunta, quizá sería un buen momento para abrir el debate sobre la conveniencia de crear una consellería que tuviera la demografía como una de sus más claras prioridades. Un departamento específico que aglutine competencias y fondos. Que tenga músculo y relevancia.

Esa naturaleza transversal no parece razón suficiente para justificar que no tenga un perfil propio. ¿Acaso el empleo no tiene esa misma naturaleza? ¿No afecta a la industria, al medio rural o a la formación educativa? ¿Y, siendo así, por qué hay una consellería propia de Emprego? ¿Y no afecta la política social, el urbanismo, la sanidad o las infraestructuras al medio rural? ¿Y si es así, porque hay una consellería específica de Medio Rural?

En una sociedad tan polarizada y dependiente –casi adicta– de lo que ocurre en las llamadas redes sociales, con enfermiza frecuencia nuestros gobernantes, sus partidos y la cohorte de opinadores, todólogos y hooligans que arrastran se enzarzan en debates o polémicas que, como un fuego de artificio, son tan cegadoras como efímeras. Debates epidérmicos, sin sustancia, más propios del espectáculo que de la seriedad que debería exigir la acción política.

Por desgracia, esto es tan así que los asuntos serios, complejos, poliédricos, que no admiten blancos y negros ni titulares en forma de brochazos, apenas tienen cabida en sus agendas. La demografía es uno de ellos. Quizá por ello está relegada en sus programas.

Ojalá que esto cambie. Ahora hay una oportunidad para al menos lanzar el mensaje de que han tomado nota. De lo contrario, la dinámica actual nos aboca a un futuro desalentador en el que cada vez seremos menos y más viejos y, ojo, ese es el retrato perfecto de una sociedad pobre en lo económico, dependiente en lo social, limitada en lo cultural y, en consecuencia, difícilmente sostenible. Una sociedad con más presente y pasado que futuro.