Galicia, en buenas manos

Alberto Barciela

Alberto Barciela

En 1993, Manuel Fraga consolidó su mayoría absoluta, con un resultado que todavía es récord de las elecciones al Parlamento de Galicia: 43 diputados. El León de Vilalba, del que el próximo 15 de enero se cumplirán once años de su desaparición física, veía recompensado su trabajo en favor de la modernización de una Comunidad Autónoma tan histórica como olvidada, justo hasta que el 5 de febrero de 1990 un rugido de gaitas atravesó esa hermosa selva de piedras que es la plaza del Obradoiro. Con la complicidad indirecta de Felipe González y de Alfonso Guerra, en lo próximo de Paco Vázquez, el viejo patrón había conseguido enderezar el rumbo de una nave en cierto modo a la deriva e inexistente más allá de la Canda y el Padornelo, el llamado Telón de Grelos. Pocos como él sabían que el éxito comenzaba por los emigrantes, los mismos que le dieron su primera mayoría absoluta y los que, paradójicamente, se la quitarían en 2005, tras ser traicionado por algunos muy próximos.

Fraga fue recompensado por haber conseguido que Galicia tuviese un presidente respetado fuera de la Comunidad, capaz de reunirse con todo el Gobierno central socialista, uno a uno, en jornadas maratonianas, en las que los miembros del equipo de Felipe González iban repasando con el mandatario autonómico cada una de las legítimas demandas da Terra, Nai e Señora, previamente resumidas y razonadas por departamentos. Ahí figuraban las infraestructuras, muy principalmente las de transporte: la finalización de la autopista del Atlántico; las autovías, el AVE –ya entonces–, la modernización de los aeropuertos y puertos; las conexiones con Portugal, etc.; las infraestructuras de telecomunicaciones –Fraga inauguraba entonces cabinas telefónicas en aldeas incomunicadas–; la dotación las transferencias de la Sanidad o de la Policía Autonómica, o la del Parador de Villalba –bien significativa, pues las competencias fueron negadas a Laxe por sus compañeros–; la colaboración en la lucha contra los incendios forestales, la obtención de Fondos Feder, el apoyo al Xacobeo, previsto por Manuel Fraga personalmente desde su misma toma de posesión, en la que ya aludió al mismo; la Administración Única, etc. La coordinación de la política exterior ante Bruselas o en Latinoamérica, con el muy significativo viaje a la Cuba de Fidel Castro –previo viaje preparatorio a La Moncloa y a cinco países americanos, incluido EE UU– y la tutela inteligente y silente de Mario y Olegario Vázquez Raña.

“Fraga fue recompensado por lograr que Galicia tuviese un presidente respetado fuera de la Comunidad, capaz de reunirse con todo el Gobierno socialista”

Todo se completó con una ambicioso Plan de Parques Empresariales, nada menos que 105, incluido uno Tecnológico; Galicia Calidade –diseñado por Antonio Aguilar y Amparo Velasco, de IPública–, continuación mejorada de las noches de Luada y del maravilloso Galicia Moda, y la Escuela Superior de Hostelería, en colaboración con la de Lausanne; la ampliación de los campus universitarios, de las instituciones culturales –muy en línea de lo dictado por sus amigos Ramón Piñeiro, Sixto Seco o Filgueira Valverde–, el CGAC, la Casa de Galicia en Madrid, la participación en la EXPO,; etcétera.

Galicia tenía por fin un presidente, capaz, respetado y que dialogaba con todos –como al final se demostró con el propio Beiras, el del zapatazo parlamentario–. Ni tutelas, ni tutías, ni fábulas dibujadas en servilletas de papel con chorizo, entendimiento, solidaridad y trabajo exhaustivo, muchos errores y muchas rectificaciones, rápidas y efectivas, pero más aciertos. Fraga llegó cabreado, le habían negado la posibilidad de gobernar España, pero dos meses después de acceder a Raxoi empezó a ser feliz, lo hizo en Buenos Aires, en una cena con 8.000 “gaiteiros” –en realidad emigrantes–, como intentó titular su crónica Luis López Salgado “Pilis” en la Agencia Gallega de Noticias. Galicia empezó a estar situada en el mapa, de Usuaia a la Rumanía poscomunista, y no precisamente era ya la Galitzia polaca a la que por confusión se envió la señal recabada por la TVG de un partido internacional de un equipo gallego a finales de los años 80. Todo había cambiado.

Fraga superó las imposiciones de la piña ourensana, unificó su partido y consolidó sus alianzas. Ganó en 1993 con el apoyo de Mario Soares –que negó a su compañero de siglas Antolín Sánchez Presedo la posibilidad de ayudarle, dada su amistad y buenas relaciones con Don Manuel–, y dejó fuera del Parlamento a Camilo Nogueira –por la exigencia del 5% de los votos para entrar en la Cámara autonómica–. Lo consiguió con un equipo muy reducido, que en lo profesional tuve el honor de dirigir, como antes el Gabinete de Prensa de la Xunta –perdonen que lo diga–, pero es que van haciendo falta testigos de una época, quizás un libro como el que me pidió mi gran maestro Fernando Ónega que escribiera, ante tanto mentiroso compulsivo amedallado. El lema del PPdG fue “Galicia en buenas manos”. Si todo iba bien, para qué cambiar. Eso mismo repito ahora.

*Periodista

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