Crónicas galantes

Qué culpa tendrán los catalanes

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Alentado por los recientes pactos entre Sánchez y Puigdemont, vuelve estos días el boicot a las mercancías de Cataluña, aprovechando que viene la Navidad. Circulan por la alcantarilla de las redes sociales toda suerte de proclamas contra los industriosos catalanes; e incluso listas negras de productos que un español como Dios y Vox mandan jamás debería comprar. Por patriotismo, según parece.

Hay una cierta contradicción en esta actitud. Promover la inquina y el daño comercial a una parte de España parece poco patriótico, salvo que los impulsores del sabotaje consideren que Cataluña no lo es.

Si así fuese, coincidirían los boicoteadores españoles y muy españoles con la opinión de los secesionistas catalanes, lo que no deja de ser una paradoja. Se conoce que los nacionalismos –catalán, español o noruego– tienden a parecerse más de lo que sus propios militantes pudieran sospechar. Solo cambian las banderitas.

Siquiera sea desde un punto de vista práctico, quienes están a favor de sabotear la economía de Cataluña deberían considerar la posibilidad de que se estén dando a sí mismos un tiro en el pie.

Muchas de las empresas catalanas dependen de proveedores del resto de España, que a su vez dependen de los pedidos que les hacen desde el viejo Condado para mantener su negocio a flote. No hará falta recordar que la Comunidad de Madrid, distrito federal, lidera el ranking de empresas suministradoras a sus clientes de Cataluña, por mucha rivalidad que haya entre el Real Madrid y el Barça.

“Promover la inquina y el daño comercial a una parte de España parece poco patriótico, salvo que los impulsores del sabotaje consideren que Cataluña no lo es”

También Aragón, Andalucía, Valencia y Galicia, por orden de importancia en suministros, padecerían las consecuencias de un boicot a los productos catalanes. Los sabotajes por razones pasionales acabarían siendo un bumerán y un mal negocio para todos, en el caso de que tuviesen éxito.

No lo van a tener, por supuesto. Baste observar el caso del bloqueo norteamericano a Cuba, que solo sirvió para la perpetuación del régimen de los hermanos Castro, además de multiplicar las penurias de la población de la isla. Tampoco ha logrado sus propósitos el permanente boicot (BDS) al que la extrema derecha/izquierda europea somete al Estado de Israel.

Las leyes del mercado conspiran contra este tipo de medidas de castigo, en la medida que el comercio no se rige por los sentimientos ni, menos aún, por los rencores de la política. A la hora de la compra, el consumidor se guía por la calidad y –sobre todo– el precio del producto, sin reparar mayormente en el lugar de donde procede.

Lo saben mejor que nadie los pragmáticos chinos, que venden por igual banderas españolas, senyeras, estrelladas y las que el público demande. Hace ya algunos decenios que ese milenario país, sabio por viejo y viejo por sabio, descubrió que la patria natural del hombre es el comercio. Y que el libre intercambio de mercancías es la mejor alternativa a las torpes pasiones que suelen desembocar en contienda.

Infelizmente, queda aún por aquí gente menos razonable que se obstina en hostigar con boicots a sus propios compatriotas, como si quisieran darle la razón a quienes creen que el resto de España les tiene manía. Y qué culpa tendrán los catalanes de que la política sea el arte de crear problemas, en lugar de resolverlos.

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