La sensibilidad creadora en la literatura

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

Muchos de ustedes sabrán quién fue Román Gary, seudónimo de Roman Kacew, un escritor y diplomático judío de origen lituano, nacionalizado francés, que fue el único escritor que ganó dos veces el Premio Goncourt, porque ganarlo más de una vez estaba prohibido por las bases del premio. Con su novela Las raíces en el cielo obtuvo en 1956 por primera vez el citado premio literario y para poder concursar y ganarlo por segunda vez en 1975 presentó su novela La vida ante sí (también traducido por La vida por delante) con el seudónimo de Émile Ajar. Gracias a esta irregularidad Gary pudo burlarse de la crítica literaria francesa, secretamente antisemita, que tachaba su obra, como Román Gary, de romántica y trasnochada, al tiempo que celebraba la de Émile Ajar, del que Gary dijo que era el seudónimo de su sobrino, por ser un escritor joven y genio desconocido, sin saber que se trataba en ambos casos del propio Román Gary.

Viene a cuento lo que antecede porque en la novela La vida ante sí (aunque prefiero la traducción menos literal La vida por delante) hay dos pasajes en los que Gary relaciona la sensibilidad con la creatividad literaria. En efecto, en un primer momento Momo (apelativo de Mohammed), uno de los protagonistas de la novela, le pregunta al señor Hamil por qué la señora Rosa, la otra gran protagonista de la historia, lo habían sacado de la escuela. Momo señala: “Es que me dijo porque era muy pequeño para mi edad, después porque era demasiado mayor y después porque no tenía la edad que debería”. Y el señor Hamil, gran admirador de Víctor Hugo, le dice: “Tú eres un niño muy sensible, Mohammed. Eso te hace muy distinto de los demás”.

Más adelante Gary vuelve sobre la misma idea, pero el interlocutor de Momo es ahora el doctor Katz, que le dice: “¡Ah, ya! Eres un chico muy inteligente, muy sensible, quizás demasiado sensible. Le he dicho muchas veces a la señora Rosa que nunca serás como todo el mundo. Unas veces eso (se refiere a la sensibilidad) da grandes poetas, escritores, … “.

Como puede advertirse, en los reproducidos pasajes de esa excelente novela el autor relaciona la sensibilidad con el hecho de ser distinto a los demás y con que, además de no ser como todo el mundo, la sensibilidad da grandes poetas y escritores.

En otra ocasión afirmé que escribir es tender un puente, hecho de palabras, para que las ideas pasen de nuestra mente al mundo de lo sensible y lleguen así a los demás. Y añadí que quien escribe o –lo que es lo mismo– quien traduce sus pensamientos en palabras, es, por este solo hecho, escritor. Pero no todos los que escriben son tenidos por tales.

Según Antonio Gala, “escribir es pasarse un folio en blanco por el alma”. Considero que es cierto. Sobre todo, si, como suele hacer él, escribe sobre sentimientos. Pero pienso también que no todas las almas son iguales y no todos los folios, después de ser pasados por ellas, quedan impresos de la misma manera.

"Para ser escritor de sentimientos, un alma hecha de sensibilidad y amar las palabras no es suficiente"

Y es que, aunque estimo que en ciertos escritores juega un papel determinante la sensibilidad, gracias a la cual son capaces de convertir las distintas impresiones que recibe su intelecto en las más bellas palabras, opino también que la mayoría de nuestras almas son mediocres, es decir, de calidad media. Son almas dispuestas para recibir más que para dar, para ser espectadoras más que protagonistas, para ser ilusionadas por terceros más que ilusionar por ellas mismas. Son almas que pueden experimentar toda clase de sentimientos, que pueden amar y odiar, gozar y sufrir. Pero que no son capaces de convertir el dolor o el placer, la tristeza o la alegría, en sensaciones que puedan conmover a los demás. Por eso, pasar un folio por un alma mediocre puede traducirse en escritura, pero no convertir a su autor en escritor de sentimientos.

Sentado lo que antecede debe admitirse también que hay otros espíritus –los menos– que poseen una gran sensibilidad. Gracias a ello, están especialmente dotados para captar todo tipo de impresiones y transformarlas en ideas. Cuando una de estas almas ama la escritura, puede construir puentes de palabras por los que transitan los más delicados sentimientos, que penetran hasta lo más profundo de nuestros sentidos, haciéndonos experimentar las más sublimes sensaciones. Pero para ser escritor de sentimientos, si bien es necesario tener un alma hecha de sensibilidad y amar las palabras, no es suficiente. Porque, aunque se tenga un alma muy sensible por la que se puede pasar un folio en blanco y asimismo un amor por las palabras que asegure una buena impresión, todavía falta algo para llegar a ser considerado como escritor de sentimientos.

Falta el amor correspondido. Solo cuando las palabras aman también al escritor, es cuando se produce la más bella y plena impresión del alma en el papel. La razón de ello es que cuando un alma sensible, que es amada por la escritura, desliza sobre sí el folio en blanco, queden impresas no solo las palabras amadas por el alma, sino otras, las más brillantes, que se despegan de su escondite para ir descontroladamente en busca de su amado, el escritor sensible. Por eso, solo llega a ser escritor de sentimientos el que los tiene, ama las palabras y es correspondido por ellas. Tal escritor cala en los lectores porque los puentes de palabras que tiende entre ellos y sus sentimientos no se deben solo a él, sino que los construye ayudado por la escritura que ha acabado por enamorarse de él.