¿Dónde están los intelectuales pacifistas?

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Sí, ¿dónde están los intelectuales pacifistas de antaño? ¿Dónde encontramos hoy figuras de la talla del británico Bertrand Russell, el francés Romain Rolland, el alemán Carl von Ossetzky, la aristócrata austrobohemia Bertha von Suttner o el ruso León Tolstói, que fue algo así como el patriarca de todos ellos?

Personalmente siempre he sentido una admiración especial por el gran filósofo británico Bertrand Russell, quien, tras pasar diez años escribiendo un ensayo que transformaría el pensamiento matemático, se convirtió casi de la noche a la mañana en incansable activista a favor de la paz.

Mente privilegiada, fogoso orador público y colaborador de diarios pacifistas o de izquierdas, su activismo no solo le costó su puesto en el Trinity College, de Cambridge o impidió que le nombraran profesor de Harvard, sino que le llevó varias veces ante los tribunales y en dos ocasiones incluso a la cárcel: la última cuando había cumplido ya 89 años.

Autor de un auténtico best-seller del pensamiento filosófico como es su Historia de la Filosofía, Russell dedicó los últimos años de su vida al movimiento antinuclear sin cansarse en ningún momento de animar a las jóvenes generaciones a practicar la desobediencia civil.

Pero estaba también, al otro lado del canal de La Mancha, el escritor francés Romain Rolland, quien denunció en su famoso manifiesto de 1914 Au-dessus de la mêlée (‘Por encima de la contienda’) y en escritos posteriores lo absurdo de todas las guerras, que solo sirven, decía, para diezmar a la juventud.

Muy crítico con sus colegas ultranacionalistas como Maurice Barrès, Rolland fue víctima de una feroz campaña mediática y tachado de “traidor francés seducido por el mundo germánico”.

El autor de Juan Cristóbal, novela que trata de la amistad entre un músico alemán y un joven francés con aspiraciones de poeta, responsabilizaba a los intelectuales galos de fomentar el odio al “boche” (alemán) y los acusaba de ser directamente responsables de la guerra.

Ni podemos olvidar tampoco a la aristócrata austro-bohemia y notable periodista Bertha von Suttner, primera mujer que recibió el Nobel de la Paz (1905), autora de la novela ¡Abajo las armas! (1889), que se traduciría a quince idiomas y se llevaría al cine, como ocurriría años después con otra famosa novela pacifista, Sin novedad en el frente, del alemán Erich Maria Remarque.

La Alemania belicista de la primera mitad del siglo XX tuvo otros antídotos periodísticos en figuras como Kurt Tucholsky, que fue soldado en la Primera Guerra Mundial y utilizó luego su talento para denunciar a los militaristas, clérigos y empresarios oportunistas de la República de Weimar, los mismos a los que caricaturizó Georg Grosz en su extraordinaria obra plástica.

Tucholsky fue además uno de los fundadores de la Alianza Pacifista de Participantes en la Guerra, junto a su compatriota y también periodista Carl von Ossietzky, cuyas experiencias en el frente le convertirían asimismo en ferviente antibelicista.

Ossietzky fue galardonado en 1936 con el Nobel de la Paz, para el que le habían propuesto el gran físico y también pacifista Albert Einstein y los escritores Romain Rolland y Thomas Mann.

Murió de tuberculosis en un hospital de la prisión en la que le habían encerrado los nacionalsocialistas por su oposición al régimen y tras su paso por varios campos de concentración.

Ni quisiera tampoco olvidar en esta columna a los sacerdotes estadounidenses Philip y Daniel Berrigan, quienes participaron en numerosas protestas civiles en contra de la guerra del Vietnam y a uno de los cuales tuve ocasión de entrevistar cuando trabajaba de corresponsal en Washington. ¿Dónde está hoy en la gente como aquella?

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