Arenas movedizas

El arte de marcharse

Felipe González ha puesto en entredicho su confianza en Pedro Sánchez como en su día Aznar hizo con Pablo Casado. Hay personajes de la historia de España que se resisten a dejar de hacer historia más allá del periodo por el que serán recordados

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Desde hace algún tiempo, cada vez que habla un expresidente del Gobierno conviene estar muy atentos. O directamente, apartarse. Nunca se sabe por dónde va a venir el arreón ni hacia qué parte de la estructura de su partido van a disparar. Lo hizo José María Aznar en 2022, cuando en plena campaña electoral de Castilla y León puso en entredicho al entonces líder de su formación, Pablo Casado, al atribuir el auge de los populismos al hecho de que los ciudadanos no tenían –se supone que entonces, ahora no, ahora todo bien–, “un referente fuerte en quien confiar”. No le debieron parecer mal los populismos al partido del que Aznar fue presidente cuando el PP acabó gobernando con Vox en la autonomía que él también tuteló y alcanzando acuerdos de legislatura donde no les queda con quien asociarse más que con el populismo de ultraderecha.

Ahora lo ha vuelto a hacer Felipe González, que con la posibilidad de una repetición electoral sobrevolando el panorama político, ha dicho en una entrevista en Onda Cero que “le costó” votar a Pedro Sánchez. El mensaje no es menor: si le cuesta a él, imaginen a aquellos socialistas que aún otorgan a González la legitimación de la auctoritas, o a quienes el 23 de julio salieron de la abstención para meter en las urnas las papeletas del PSOE y es probable que tengan que votar de nuevo en los próximos meses. “Al PP le gusta esto”.

Ni lo de Aznar de entonces ni lo de González de ahora son cuestiones menores. No se pone en duda o se cuestiona únicamente una iniciativa de Gobierno, un acuerdo concreto de sus respectivos partidos, un pacto aquí o allá, un posicionamiento desde la tribuna del Congreso, sino a quien encabeza todo el tinglado y ocupa hoy el mismo cargo que antes tuvieron ellos, uno en la organización (Casado) y el otro en la organización y en el Gobierno (Sánchez). Aznar y González son Saturno devorando a sus hijos.

Desde las épocas de los dos expresidentes, los tiempos han cambiado y los partidos también, pero fue en la etapa del exsecretario general del PSOE cuando a su segundo, Alfonso Guerra, se le atribuyó aquello de que “el que se mueva no sale en la foto”, lo que en la práctica equivalía al arrinconamiento en la formación de todo aquel que exhibiera en público gestos de disidencia. Entonces, del ostracismo a la purga apenas había distancia. Paradójicamente, el que se movió fue Alfonso Guerra, que acabó dimitiendo de la vicesecretaría en 1991. En tiempos de ambos, lo de González habría sido tomado por disidencia por sembrar dudas sobre quien hoy comanda el partido y el Gobierno. Aseguró en esa misma entrevista que el 23-J votó finalmente al PSOE, lo que puede considerarse un atenuante de la misma inoportunidad que mostró José María Aznar con Pablo Casado cuando este trataba de afianzarse en la presidencia del Partido Popular. Si no confiaba en él ni el refundador del PP, ¿por qué habría de hacerlo el resto del partido? Duró tres meses más. De momento, Zapatero y Rajoy continúan remando en la misma dirección que sus sucesores.

Hay personajes históricos, y Aznar y González lo son de España, que se resisten a dejar de hacer historia, y la de ambos concluyó cuando acabaron sus mandatos como presidentes del Gobierno. Luego se convirtieron en conferenciantes, o en ponentes, o en consejeros de empresas o en presidentes de fundaciones, gremios y actividades a las que los historiadores no prestan demasiada atención. Felipe González tiene una historia que comienza en Suresnes y termina cuando abandona el Palacio de la Moncloa. La historia consagrará o vilipendiará al presidente y olvidará al entrevistado al que le costó votar a Pedro Sánchez. José María Aznar entró en la historia de España el día que fue investido presidente de Castilla y León y salió en 2004 por la misma puerta del mismo palacio que González. Es muy probable que los libros prescindan de su juicio sobre Pablo Casado, a quien quitó del cuadro de los “referentes fuertes” del centro derecha en quien se podía confiar. Por este orden, amigos, enemigos y compañeros de partido.

Los expresidentes de las instituciones –del tipo que sean–, acaban por no poder disimular el desdén que les producen sus sucesores. En casos como los de Felipe González o José María Aznar olvidan a menudo que fueron ellos quienes decidieron no intentar revalidar sus mandatos. O lo que viene a ser lo mismo: los primeros en advertir que su época había pasado.

@jorgefauro

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