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EDITORIAL | opinion@farodevigo.es

Un plan de choque contra los suicidios, la epidemia silenciosa

Un plan de choque contra los suicidios, la epidemia silenciosaL.O.

Los datos deberían sobrecogernos, sin embargo en la sociedad se ha instalado una especie de blindaje emocional que la empuja a mirar hacia otra parte. En Galicia, 331 personas se quitaron la vida en 2021, casi una diaria. Nuestra comunidad tiene la tasa más alta de suicidios de España, más del 13% por 100.000 habitantes. Se registran más muertes por suicidios que por accidente de tráfico, y entre los jóvenes de 20 y 24 años es la segunda causa de fallecimiento. La mitad de las enfermedades mentales comienza antes de los 14 años. Una gran parte de los casos ni se detectan ni se tratan.

Si esta radiografía es suficientemente reveladora de un grave problema de salud mental que urge atajar, cuando se añaden otros datos la situación se convierte en sencillamente insoportable: casi el 13% de los adolescentes gallegos tiene pensamientos suicidas recurrentes; de ellos, un 7% confiesa que son diarios. Esas ideas autodestructivas se llegan a cuadruplicar en nuestros chicos cuando sufren caso escolar. Una quinta parte de ellos manifiesta, según el último estudio de la Universidad de Santiago en colaboración con la Fundación Barrié de la Maza, síntomas de depresión. Un 26% admite tener un uso problemático con el uso de internet y un 25% no se siente a gusto con su cuerpo.

Lo cierto es que toda esta realidad solo sale, y parcialmente a flote, cuando se producen sucesos como los suicidios de las dos hermanas gemelas en Asturias que acabaron con sus vidas arrojándose desde un sexto piso. En febrero otras dos gemelas en Cataluña habían hecho lo mismo, una de ellas murió en el acto. En Galicia, en los últimos años una decena de menores tomaron la misma decisión. Es entonces cuando nos asalta el horror y el espanto, cierta sensación de culpabilidad y también una pregunta que nos martillea: ¿qué está pasando?, ¿qué se está haciendo mal?, ¿qué les ocurre a nuestros adolescentes y jóvenes que no acertamos a detectar?

“Hablar de salud mental no puede ser una moda. En España, por cada cien mil habitantes, hay seis psicólogos clínicos, tres veces menos que la media europea, y once psiquiatras, cinco veces menos que en Suiza y menos de la mitad de Francia, Alemania y Países Bajos. No hay salud sin salud mental”. La Reina Letizia dio de pleno en la diana hace unos días durante la inauguración de un congreso nacional sanitario en Madrid.

Más allá de analizar cada caso concreto, de investigar sus circunstancias particulares y unos infiernos personales que generalmente no afloran hasta cuando es demasiado tarde, lo que sí es evidente es que cada vez más jóvenes se sienten perdidos e inadaptados, solos, incomprendidos, ansiosos, irritables, sin anclajes, con estrés, tristeza, dificultades para gestionar sus emociones o frustración insuperable ante la adversidad. Y sufren, casi siempre en silencio, sin saber cómo evitar el naufragio, al igual que sus familias, desorientadas y desamparadas, que son también víctimas de una tragedia social.

Los trastornos del comportamiento y las nuevas adicciones, relacionados con las redes sociales y las tecnologías, empiezan a apoderarse de las consultas de psiquiatras y psicólogos durante una adolescencia que comienza antes. Una etapa de la formación personal muy vulnerable, crítica para el desarrollo de patologías como la depresión, un periodo de suma agitación biológica, cognitiva y afectiva.

"Una buena forma de empezar a entender el problema es potenciar la comunicación, escuchar a nuestros menores, animarles a que hablen de lo que sienten, procurar su alivio, ayudarles a gestionar las emociones. Sin temores"

Si de verdad queremos poner freno a esta epidemia silenciosa y doblemente silenciada, por el estigma y por sus impactantes consecuencias, necesitamos que empiece a dejar de serlo, abordándola desde el respeto, el rigor y la prudencia. Acabando con los tabús, en las calles y en las aulas. Callar y esconder el disgusto para aminorar un dolor lacerante es una actitud humanamente comprensible por el desgarro, pero nos aparta del verdadero objetivo: evitar que la siguiente persona en la flor de la vida, apenas iniciándola, adopte la decisión de quitarse de en medio. Damos vueltas a la cabeza buscando motivaciones a un comportamiento inexplicable desde nuestros parámetros racionales. Más que perdernos en interpretar el porqué del después, la situación requiere centrarse en el antes.

Toca preguntarse hasta qué punto el modelo de enseñanza protectora, en casa y en el colegio, está fracasando. Remamos en un mundo consumista e individualista que se alimenta de seres insatisfechos e idealiza la felicidad y la belleza. El problema es muy complejo y la responsabilidad, colectiva.

Es deber de la sociedad entera rescatar a esos menores en dificultades para convertirlos en adultos capaces de tomar las riendas de su destino y de tener una vida plena, con sentido y con valores. Y una buena forma de empezar a entender el problema es potenciar la comunicación, escuchar a nuestros menores, animarles a que hablen de lo que sienten, procurar su alivio, ayudarles a gestionar las emociones. Sin prejuicios ni clichés. Sin temores. Con el apoyo de la familia y de la comunidad escolar, pero también con un tratamiento profesional adecuado. Por ello es imprescindible reforzar el servicio de salud mental, con especial atención a nuestros menores. En este ámbito queda un largo camino por recorrer frente a esta pandemia silenciosa.

“Todos en algún momento”, desveló con una franqueza apabullante Letizia. “Necesitamos parar, admitir debilidades. La enseñanza temprana en salud nos dotaría de herramientas para afrontar las situaciones traumáticas y los pensamientos tóxicos que tenemos”. Empecemos por ahí. Prevengamos. Y cuanto antes.

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