Municipalismo sin grandeza
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Municipalismo sin grandeza / Luis Carlos de la Peña
En el arranque de la campaña electoral de las municipales del 28-M, cada localidad inicia su particular ensimismamiento. Un ejercicio introspectivo que nos permite escudriñar la vida y méritos de los candidatos, sopesar la gestión de quienes todavía forman parte de las corporaciones elegidas en 2019 y estimar sus potencialidades futuras. En las pequeñas localidades, donde todo el mundo se conoce, se establecen los árboles genealógicos –quen ven sendo– de los cientos de jóvenes que se asoman por primera vez a la gestión pública y se cruzan los pronósticos que no diferirán demasiado de los avances demoscópicos pagados con buenos euros.
Las elecciones municipales en Galicia cumplen con la premisa de centrar la atención en la literalidad de los asuntos locales. De ahí que las perspectivas más amplias, metropolitanas, comarcales o de ámbitos de influencia que rebosen los linderos municipales, no tengan cabida en los programas electorales ni, en consecuencia, en los candidatos a regir los municipios. Este énfasis en el particularismo, que en las urbes tiene algo de aspiración medieval a la ciudad-Estado, actúa como el molde idóneo del tancredismo en el que la Xunta vive cómodamente instalada desde hace lustros. Después de más de cuatro décadas de municipalismo y autonomía política, concellos y Xunta se han habituado a vivir de espaldas, cuando no en constante disputa.
No son pocos los electores que sospechan, en dolorosa generalización, de la calidad de sus gobernantes y el efecto que la personalización excesiva infiltra en la dinámica municipal. Y es que debe existir una relación directa entre lo hiperbólico de tanto alcalde y el mimetismo de su gestión municipal. El hormigón y el asfalto, junto al ronsel de festejos dispuestos para acallar al insaciable lobby hostelero, siguen siendo el origen y destino de la gestión ordinaria municipal, pero también de la extraordinaria, habida cuenta el destino de tantos millones en los planes de recuperación europeos, cada vez más, un anabolizado plan E.
De esta guisa, la cita electoral de las municipales en Galicia es, hasta ahora, una interesada y vana anécdota sobre los desafueros de Jácome en Ourense o la hipotética movilidad del techo electoral de Caballero en Vigo. En nuestro municipalismo falta política y grandeza para trascender el mero localismo y entender el trabajo en red y la complementariedad de las ciudades y territorios. Con ello se nos niega, a los ciudadanos, la lógica aspiración a obtener los frutos más maduros de la mejor gestión municipal: aquella que sin olvidar el presente interpreta a las personas en sus necesidades futuras.
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