Crónica Política

Fiesta menor

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Tal como están las cosas, no parece discutible que la fecha de hoy, de no coincidir en lunes y por tanto implicar un “puente” laboral, sería una festividad menor. En realidad, ya lo es desde hace muchos años –suena extraño celebrar el trabajo en el país con más desempleo de Europa: valdría más dedicarla al homenaje a quienes murieron defendiendo derecho laborales–, primero a causa de la pandemia y después de la inexplicable actitud pasiva de los sindicatos. Salvo, claro, que existan buenas, y muy bien remuneradas- razones, como por ejemplo que ya no hay problemas que exijan la actividad reivindicativa que tan constante ha sido por la parte sindical, incluso con gobiernos socialistas.

La aparente contradicción se convierte en un hecho si se comparte, y es difícil no hacerlo, aceptando que nadie hasta ahora haya conseguido un progreso mayor, democrático, social, laboral y económico para España que aquel PSOE, hoy desaparecido por los chantajes de sus aliados y el sectarismo de sus socios. Además de la debilidad política de su máximo responsable. Sea como fuere, procede insistir en que reconocer que el papel de los entonces sindicatos mayoritarios ha sufrido ante la opinión pública un auténtico proceso de debilitamiento –por no decir de autodescalificación– a causa de su servilismo ante una política gubernamental que no dinamiza, sino subvenciona.

Desde un punto de vista personal, parece obvio que aquellas centrales –UGT y Comisiones Obreras, aunque éstas, en alguna ocasión, recordaron a lo que han sido– respaldaron, al menos con el silencio, una operación de mero maquillaje acerca de algunos problemas laborales endémicos de la sociedad española. A través de una supuesta reforma, que no es más que un mal camuflaje de la realidad o, como mucho, un retoque de la que existía con el gobierno del señor Rajoy, se ha engañado a la población borrando de las listas de perceptores del subsidio de desempleo a los llamados “fijos discontinuos”, que lo cobran cuando no trabajan y suman unas 400.000 personas. Y eso no es aceptable.

Procede insistir en que es una mala salida para lo que antes se llamaba trabajo temporal y era una de las “bichas” de las centrales sindicales, que ahora aplauden. Como aplauden las cifras oficiales del paro, sabiendo como saben que tienen truco. O han asumido, prescindiendo del Pacto de Toledo una también llamada reforma del sistema de pensiones que grava a los futuros pensionistas y a las actuales pequeñas, medianas e incluso grandes empresas encareciendo las cuotas. Y, para colmo, ahora se amaga con una oleada de huelgas, y hasta una general para coaccionar a la patronal y firme un convenio salarial que puede significar la ruina para mucha gente y más desempleo todavía.

Conste que, aunque pueda parecerlo, cuanto queda escrito no pretende descalificar a las organizaciones de trabajadores que, durante muchos años, combatieron casi en solitario contra la dictadura y sufrieron lo que otros, en el extranjero, sólo contemplaban. Pero si lo que las actuales quieren mantener es no ya su prestigio, sino su condición de mayoritarias, han de abandonar su papel de aparentes vasallos al servicio del gobierno y volver a lo que la Constitución les encomienda y el pueblo les exige porque lo necesita: un papel de vigilantes en defensa de derecho de la gente del común –y de la otra también– y de críticos frente a los abusos y la mala gestión de quien sea el –o la– que administre los reinos llamados España. Uno de ellos, Galicia.