Todo bien, de momento

Juan José Millás

Juan José Millás

Tenemos un amigo delgado que después de comer se queja de haber comido mucho. Goza mientras da cuenta del potaje de garbanzos, pero luego se arrepiente de haberlo disfrutado. Me recuerda a mí mismo cuando me sentía culpable después de haber saboreado el humo de un Marlboro. Hay cosas que nos gusta hacer, aunque luego nos disgusta haberlas hecho. Y al revés: detesto madrugar, por ejemplo, pero siento la satisfacción de haberme levantado pronto cuando llevo una hora en pie. Nos movemos continuamente entre el premio y el castigo. Teóricamente, me gusta el ascetismo, pero tiendo en la práctica hacia el hedonismo, de modo que me premio cuando me castigo y me castigo cuando me premio. La cocina está llena de cacharros sucios porque ha venido gente a comer. Si logro levantarme, pasaré un mal rato mientras los friego, pero luego sentiré la satisfacción de trabajo bien hecho y todo eso. Si cedo a la pereza, en cambio, gozaré de una siesta de la que me levantaré de mal humor al comprobar que está todo manga por hombro.

Además de fregar los cacharros, tengo que llevar el coche a la revisión y renovar el pasaporte. Cuando se acumulan las cuestiones de orden práctico, me paralizo porque no sé priorizar. ¿Comienzo la lista de la compra por los artículos de limpieza o por los comestibles? A todo esto, debería haber salido a caminar mis diez mil pasos diarios, pero se me ha hecho tarde.

–Caminaré mañana veinte mil –me digo.

Pero los prospectos médicos advierten de que no se debe tomar una dosis doble cuando se ha olvidado tomar la normal. En esto, suena el teléfono y es el amigo delgado.

–Otro día –dice– no me dejéis comer tanto. Ahora me siento fatal.

–Pues yo –le contesto en un tono poco amigable– todavía no he recogido la cocina ni he caminado mis diez mil pasos ni he llevado el coche a la revisión ni he pedido hora para renovar el pasaporte.

–Bueno, bueno, perdona –se disculpa.

Cuelgo, me acerco con desesperación a la mesilla de noche, donde guardo el paquete de Marlboro de urgencia, enciendo un cigarrillo, me tumbo en la cama y me lo fumo lentamente, con la mirada perdida en el techo. De momento, todo bien.

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