Las emociones y Rosalía

Mercè Marrero

Mercè Marrero

En un episodio de First Dates, una mujer le dio calabazas a su pretendiente. No es algo extraordinario. Sucede a menudo en el programa de televisión y en la vida misma es el pan nuestro de cada día. Las rupturas amorosas en directo tienen algo de hipnótico. La pareja televisiva había quedado un par de veces. En la primera cita pareció que la cosa arrancaba, que había posibilidades de que surgiera la chispa, pero fue en el segundo intento cuando ella se decepcionó. Sucedió mientras bailaban la bachata. Simplemente, se dio cuenta de que no le removía por dentro. “¿Te has dado cuenta de que no había química?”, le dijo. “Te deseo lo mejor”, le plantó dos besos y se fue. Admiro a la gente que no se anda por las ramas.

Un chico que me gustaba infinito me dijo, hace años, que me quería un montón, pero (los ‘pero’ deberían estar prohibidos en cualquier relación afectivo-sexual) había descubierto que era un amor parecido al que sentía por su madre. Una amiga me consoló diciendo que, en realidad, le daba miedo verme tan autónoma y que yo era demasiado mujer para él. Mientras todavía digería la peor de las excusas, tuve que decirle a mi amiga que no. Que ni era demasiado mujer, ni demasiado autónoma. No le gustaba lo suficiente y punto. Si hubiera sido honesto conmigo, me habría dolido, pero hoy no guardaría su número de teléfono bajo el nombre de Edipo.

En el autobús hay una pareja de adolescentes que va cogidita de la mano. Ella mira a través de la ventana y él dormita sobre su hombro. Sin venir a cuento, él levanta su cabeza y llama la atención de ella sosteniéndole el mentón. “Me gustas un montón, tía” y le da un beso. Ella le da el abrazo más grande e intenso que alguien de diecisiete años puede dar, le agarra la mano y la pone sobre su pecho. Otro beso. Me habría encantado saber qué pensamiento desencadenó esa declaración de amor. Qué sintió ese chico, qué recordó, qué le removió y le condujo a ser tan valiente. Porque hay que ser valiente para expresar a bocajarro los sentimientos. Los buenos y los malos.

“Admiro esa manera de declararse amor eterno. Esa forma de expresar lo mucho que se quieren y necesitan mutuamente. La tendencia, hoy, es decir las cosas cantando”

En el concierto que Rosalía dio en Palma el pasado mes de agosto, la cantante admitió que no se encontraba bien y que no podría cantar todo su repertorio. Dijo que sentía no poder darlo todo y, que yo sepa, nadie se quejó. No esconder la vulnerabilidad merece respeto. Me gusta la espontaneidad de la artista. Es fresca y transmite ilusión. Como la mitad de la población (sobre todo adolescente) mundial, he visto el videoclip de ‘Beso’, la canción que canta junto a Rauw Alejandro y en la que hemos conocido que se van a casar. Al margen de que la canción es pegadiza y olvidadiza a partes iguales, admiro esa manera de declararse amor eterno, esa forma de mostrar, sin ningún tapujo, lo mucho que se gustan y necesitan mutuamente.

Rosalía, Shakira, Karol G, Miley Cyrus. Está claro que la tendencia es que hay que decirse las cosas cantando. Si el hombre de First Dates hubiera entonado su emoción en vez de bailarla, puede que hubiera tenido una segunda oportunidad. Ya nunca lo sabrá.

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