De un país

Tierra de las mil danzas

Luis Carlos de la Peña

Luis Carlos de la Peña

En 1966 Wilson Pickett grabó un tema clásico del góspel de Nueva Orleans, ‘La tierra de las mil danzas’. En la versión de Pickett, el ceremonioso himno se había convertido en una catarata de sonido que llevó la música negra de los sesenta a otra dimensión. No estuvo solo. Aretha Franklin, Otis Redding, James Brown o Marvin Gaye entre otros, grabaron tanto y tan bueno que las antologías de aquel material ayudaron a entender el rythm and blues de la década posterior. ‘La tierra de las mil danzas’ adquirió categoría de clásico del soul y el título quedó como la evocadora fórmula de una época despreocupada.

A nada que ejerzamos de agrimensores de la historia percibiremos que el tiempo tiende a compartimentarse en función de estilos musicales, hitos culturales, políticos o económicos, según la perspectiva adoptada; épocas en que la historia parece acelerarse –lo hace, sin duda– y otras en que el tiempo adopta el ritmo antiguo de las estaciones. El ahora desaparecido Pedro Solbes marcó las líneas maestras de la política económica española en dos fases: la primera como ministro de Felipe González entre 1991 y 1996 y con Rodríguez Zapatero, de 2004 a 2009, nombrado ya vicepresidente económico. Entremedias, de 1999 a 2004, tiempo de implantación del euro, fue comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios. Un indiscutible peso pesado.

La crisis que implosiona en 2008, simbolizada en la caída de Lehman Brothers, las hipotecas basura y los dramas que todavía colean, marcan el final de Solbes como protagonista económico. La campaña electoral de marzo de aquel año tuvo un punto álgido en el debate televisado entre él y Manuel Pizarro, el hombre de la economía en el PP. Mientras este anunciaba los riesgos derivados del elevado endeudamiento público y privado, el ministro Solbes replicaba contundente: “Tenemos una visión distinta que el PP. Ellos hablan de crisis y recesión, algo que está lejos de la realidad”. Llegó la crisis y la recesión, alimentada según algunos por el llamado Plan E, artilugio presupuestario dotado con ocho mil millones e ideado para mantener empleos y crear nuevas infraestructuras en los ayuntamientos. Al poco, amedrentados por el rigorismo alemán, nadie se atrevería ya a defenderlo. En perspectiva, una minucia insuficiente al lado de los 70.000 millones habilitados ahora para España en los fondos de recuperación europeos.

La deuda pública española alcanzaba en 2011 el 69,5% del PIB; a finales de 2022 ascendía al 113,1%. Nadie parece ahora preocupado. ¿Viviremos acaso en la tierra de las mil danzas?

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