Ceferino

Julio Picatoste

Julio Picatoste

Y, más que un hombre al uso

que sabe su doctrina,

soy en el buen sentido

de la palabra, bueno

 Antonio Machado

La noticia fue como un relámpago inesperado que abrió en canal una memoria dormida y confiada. La vida, o sea, la muerte tiene estas cosas. Te asalta en medio del camino y se hace presente para dar testimonio de la ausencia. El tiempo, o sea, la eternidad en movimiento, tiene estas cosas: es el mayor saqueador de nuestras vidas. Nos roba la vida y los seres queridos, nos roba los amigos. Al final, con su puntualidad adelantada, nos trae la muerte.

Conocí a Ceferino hace muchos años; creo que ambos vinimos a Vigo más o menos por las mismas fechas, a mediados de la década de los ochenta. Él venía de su hermosa y verde Asturias natal, donde había dirigido “La Nueva España”. No imaginaba entonces que terminaría por echar aquí sus raíces, cautivado por la ría y por dos amores que le convirtieron en un vigués leal y valeroso: el de su mujer, Marisa, y el de la ciudad, a la que sirvió con su pluma y su corazón.

Años después de nuestra llegada a Vigo fuimos asentando una relación de amistad gratificante. Mi mujer y yo fuimos los padrinos de su boda, acaso la más venturosa decisión de su vida; a pesar de los años transcurridos, recuerdo con toda nitidez aquel día. Comimos junto al mar, hablamos, paseamos por el Castro.

Era hombre de conversación amena e ilustrada. Mas si he de destacar un rasgo de su personalidad, lo haría recordando su bondad, porque Ceferino era, ante todo, un hombre esencialmente bueno, al estilo machadiano, es decir, en el mejor sentido de la palabra, de una bondad inteligente, afectiva, generosa.

Ceferino tiene demasiados amigos como para morir del todo. Sobrevivir es vivir en la memoria de los otros; cada vez que le nombremos, cada vez que le evoquemos todavía vivirá en nosotros y así permanecerá en el mundo de los vivos. Guardo a Ceferino en un refugio predilecto de mis recuerdos, al abrigo de todo olvido.

Y no se va, como el poeta, ligero de equipaje. Se lleva en su viaje, y para toda la eternidad con él, una parte de nuestros corazones.

Hasta siempre, querido Ceferino.