De un país

Sencillo gozo en M. A. Dans

Luis Carlos de la Peña

Luis Carlos de la Peña

Me acerco a la inhóspita y megalómana Cidade da Cultura en Santiago de Compostela para visitar la pequeña muestra de ilustraciones de María Antonia Dans (Oza dos Ríos, 1922-Madrid, 1988) allí expuesta. La pintora coruñesa sigue pasando de puntillas a través de la nutrida escena artística del país. Ella vivió con naturalidad su relativo extrañamiento: una artista figurativa en medio de la eclosión abstracta. Además, la libertad individual antecede a las jerarquías de los sistemas sociales y, en el caso que nos ocupa, el criterio propio y la independencia no eran cuestiones menores.

La infancia, que tantas veces es la patria, inspiraba una obra a la que el paso del tiempo favorece, la mejora. Dans realiza sus primeras exposiciones en A Coruña (1950) y en el Foto Club de la calle Príncipe (1951). A raíz de esta presencia en Vigo, nuestra pintora conoce a quien el año siguiente se convertirá en su marido, el periodista Celso Collazo, de quien Manuel Bragado escribió un interesante artículo en FARO DE VIGO. Se iniciaba la aventura de Madrid: la formación, la relación con otros artistas, las dudas creativas, las exposiciones y un éxito discreto que obligaba a dar un paso más y “desembarazarse de conceptos estéticos adolescentes”, como señalara Juby Bustamante.

En 1961, Luís Seoane da cuenta de la exposición que la asociación cultural compostelana O Galo presenta en el Hostal de los Reyes Católicos. Junto a Quessada, Virxilio, Pérez Bellas, Molezún o Suárez Llanos, está también Mª Antonia. “Únense –escribe Seoane– nun disconformismo creador e nunha libertade técnica como solo se coñeceu en moi poucos períodos da historia da arte”. Los años sesenta y setenta alumbrarán la maduración artística de María Antonia, que encontrará el reconocimiento del mercado. Nacen entonces los proyectos de ilustración editorial, los trabajos en Paradores, las obras adquiridas por coleccionistas privados y museos.

El dibujo y el color afirman la atmósfera y los paisajes rurales de la infancia y adolescencia en Curtis, siempre evocadas; las novias que recuerdan las de Chagall, las vendedoras de quesos y frutas que creemos volver a ver en Virxilio o las niñas que miran de frente y que también interesaron a Mercedes Ruibal. Es el mundo que María Antonia no deja de pintar, de recrear, un tiempo más allá del tiempo.

Escribe Benedetto Croce que “el arte es visión, intuición”, un mundo híbrido de realidad e irrealidad, sensibilidad e instinto, que en María Antonia Dans es consciencia irrevocable; un “constante y sencillo gozo” que trasciende de toda su obra.

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