Sublime obsesión
Hace más de medio siglo Roma empezó a ignorar, en la regulación de las relaciones sexuales, la norma básica de todo ejercicio del mando: un general no debe dar una orden que no esté seguro de que vaya a ser cumplida. Fue en 1968 con la prohibición de anticonceptivos por Pablo VI, a la sazón papa, o sea general-vicario en la Tierra del Jefe Supremo. Una parte de la grey de la Iglesia optó por ignorar la orden del vicario sin por ello cortar con sus creencias, entablando una relación directa con el Jefe Supremo y haciéndose en cierto modo protestante. Ahora parece que la Iglesia empieza a relativizar aquella orden, pero sigue erre que erre con otras, como se ha visto estos días con unas declaraciones incidentales del papa Francisco sobre el pecado homosexual, aclaradas luego pero para estropearlo más. Un día un papa dirá por fin que la policía del sexo no es de su comisaría.
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