Crónicas galantes

La baraka del presidente

Ánxel Vence

Ánxel Vence

No contento con ser alto, guapo y dominar idiomas, el presidente Pedro Sánchez cuenta también –y, sobre todo– con el auxilio de la baraka, que es palabra que los árabes usan para definir la buena suerte. Si aún no lo hace, el primer ministro español debiera jugar cuanto antes a la lotería.

El propio Sánchez lo admitió indirectamente días atrás al jactarse, no sin razón, de que España goza del más bajo grado de inflación de la Unión Europea y, a la vez, de una de las mayores tasas de crecimiento económico. Ni las convulsiones provocadas por la guerra de Ucrania, ni anteriormente las desdichas de la epidemia de coronavirus han conseguido descabalgarle del poder.

La fortuna favorece a los audaces, advirtió hace ya siglos Virgilio en uno de los párrafos de la “Eneida”. Audacia no le faltó desde luego a Sánchez para promover la moción de censura contra Mariano Rajoy que lo convirtió en presidente allá por junio de 2018. De las cuatro presentadas hasta ahora en España, fue la única que llegó a prosperar, lo que tal vez avale la impresión de que se trata de un político sobrado de baraka.

Con solo 84 diputados de un total de 350, Sánchez se las arregló para formar un primer Gobierno que, como parece lógico, apenas duró unos meses. Las subsiguientes elecciones le permitieron engordar hasta 123 el número de escaños de su partido; pero aún así la aritmética parlamentaria, tan voluble, no permitió su investidura.

Inasequible al desaliento, Sánchez obtuvo en los siguientes comicios un resultado algo inferior, mientras las derechas crecían. La baraka, combinada con la audacia, vino de nuevo a auxiliarle.

Para sorpresa de casi todos –excepto él–, tardó apenas un par de días en llegar a una alianza con Unidas Podemos: el partido del que anteriormente había dicho que no le permitiría dormir tranquilo si estuviese en el Gobierno. Muchos le afearon su radical cambio de opinión, sin advertir que ese sería un rasgo alabado por Maquiavelo, en su día instructor de príncipes y todavía inspirador de presidentes.

Surfeando siempre las olas, el afortunado Sánchez va camino de acumular ya un quinquenio en el poder sin haberse acercado nunca a una mayoría absoluta o cuando menos confortable de su partido. No sorprenderá, por tanto, que aspire a revalidarlo una vez más en las elecciones de este año en curso. Optimista se le ve, desde luego.

Cierto es que todas las encuestas, salvo la gubernamental, pronostican la victoria de su adversario Alberto Núñez Feijóo en los próximos comicios; pero de aquí a eso aún queda un año. Un período de tiempo que equivale a toda una eternidad en términos políticos.

Quizá ocurra que, en la política como en la guerra –su continuación por otros medios–, lo que de verdad importa es tener una buena relación con los hados de la fortuna. Consciente de eso, Napoleón valoraba más la buena suerte que las dotes estratégicas o de mando de sus generales. Sánchez le hubiera gustado al corso.

Son discutibles, mayormente por la oposición, las aptitudes que el actual presidente pueda o no tener para el gobierno; pero pocos pondrán en duda la baraka que adorna a Sánchez. Más que confiar en las encuestas, sus contrincantes deberían ir buscando alguna manera de gafarlo.

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