Israel, la libertad académica y una carta de Sigmund Freud
El exdirector de Human Rights Watch Kenneth Roth ha sido vetado en la Universidad de Harvard por sus críticas cuando estaba en esa organización de derechos humanos a la política de Israel hacia el pueblo palestino.
Roth abandonó la ONG el pasado abril e iba a ocupar el puesto de investigador principal en la materia de su competencia en el centro Carr de derechos humanos, adscrito a la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard.
“Quieren que eximamos a Israel del escrutinio que hacemos de cómo actúan los distintos gobiernos en materia de derechos humanos, algo que no aceptaría ninguna organización legítima”, protestó Roth al enterarse del veto académico del que había sido víctima.
Tanto la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles como la organización Pen America protestaron por esa prohibición, que pone en tela de juicio la independencia de unas de las universidades norteamericanas de mayor prestigio.
Entre los donantes que financian ese centro de la Universidad de Yale hay grandes amigos de Israel, según explicó a la prensa el propio Roth.
Mientras tanto, en Israel, su ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ha ordenado la retirada de todo lugar público de la bandera palestina, en la que ve solo una incitación al terrorismo.
Y un miembro ultraderechista del Knesset (Parlamento israelí) llamado Hanoch Milwidsky afirma en público que no tiene que justificar su preferencia por los judíos frente a los árabes.
“En el Estado de los judíos, prefiero a los asesinos judíos antes que a los árabes”, es su explicación.
En vista de todo esto, no parecen exageradas las palabras del periodista de investigación estadounidense Jeffrey St Clair cuando escribe en la revista “Counterpunch” que Israel va camino de convertirse en el Estado fanático que pareció prever el famoso judío Sigmund Freud ya en 1930.
Como recuerda St Clair, cuando su amigo Chaim Koffler, miembro de la Fundación para la Reinstalación de los Judíos en Palestina pidió al fundador del psicoanálisis que firmase un llamamiento sionista, Freud le dio una respuesta inequívoca.
“No puedo como usted desea (apoyar el sionismo) (…). Quien quiera influenciar a la mayoría, ha de ofrecerles algo arrollador e e inflamatorio y eso, mi opinión reservada sobre el sionismo no lo permite”, escribió en una carta que permaneció oculta durante sesenta años.
En ella, Freud le decía a Koffler simpatizar con los objetivos del sionismo, estar “orgulloso” de la Universidad de Jerusalén a la vez que se alegraba de “los asentamientos de nuestros colonos”.
Pero, añadía Freud, “no creo, por otro lado, que Palestina pueda algún día ser un Estado judío ni que tanto el mundo cristiano como el mundo islámico puedan un día estar dispuestos a confiar sus lugares santos al cuidado de los judíos”.
Según Freud, habría sido más prudente “fundar una patria judía en un suelo menos cargado históricamente” aunque reconoce que “para un punto de vista tan racional, nunca se hubiera podido suscitar el entusiasmo de las masas ni el apoyo económico de los ricos”.
“Reconozco también, con pesar, que el fanatismo poco realista de nuestra gente tiene su parte de responsabilidad en el despertar del recelo de los árabes”, agregaba el genial judío austriaco.
¿Qué pensaría hoy Freud del Estado intolerante, opresor de los palestinos y desafiante de todas las resoluciones de la ONU en el que sus políticos más extremistas han convertido a Israel?
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