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De compras para la guerra

La invasión rusa de Ucrania

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

A medida que la guerra de Ucrania se hace más cruenta y salvaje decrece también el interés de la opinión pública mundial. Los avances y retrocesos de los ejércitos ya no son noticia de primera plana y causa cierta extrañeza comprobar cómo un conflicto que pudo desembocar en un holocausto atómico se ha convertido casi por milagro en una guerra de larga duración, con los soldados refugiados en unas trincheras casi inamovibles al estilo de la Primera Guerra Mundial.

Suele decirse que la primera víctima de una guerra es la verdad, lo que es tanto como reconocer que la mentira se convierte automáticamente en arma tan letal como las bombas. Al inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania la impresión mayoritaria era que la invasión de Ucrania por Rusia duraría unos pocos días dada la abismal diferencia de potencial militar. Pero estábamos equivocados. De pronto, el contraataque ucraniano se produjo incontenible, con una moral de combate insospechada, y con la aparición estelar ante la televisión de un joven exactor metido a presidente de Gobierno. La comparecencia diaria de Zelenski, vestido de verde como Robin de los Bosques, levantó la moral de la resistencia ucraniana y el rumbo de la guerra cambió. Todo lo contrario sucedió en el bando ruso. Allí, la desmoralización hizo presa fácil en unos soldados mal alimentados, mal entrenados y mal dirigidos por una oficialidad con pocas ganas de combatir. La desbandada se produjo y quedaron sobre el terreno cientos de tanques y miles de latas de conservas. La magnitud de la derrota hizo surgir rumores sobre una posible destitución de Putin, que se vio obligado a llamar a filas a miles de jóvenes insuficientemente adiestrados y decretar una movilización general, pese a la impopularidad de la medida.

“En vísperas de las navidades no extrañaría que los comercios dispusieran de espacio para recoger dinero para la guerra”

A los lejanos observadores del conflicto nos sorprende leer noticias sobre las carencias de la intendencia militar. Y especialmente aquellas sobre ciudadanos particulares que tuvieron que pagar de su bolsillo mantas, botas, ropa interior, y hasta estimulantes para soportar el horror de la guerra.

Del conflicto, nos quedará una reflexión sobre la limitada importancia de la posesión de armamento nuclear. Los que, por razón de la edad, vivimos lo que se llamaba “equilibrio del terror” y la “destrucción mutua asegurada” hemos tenido ocasión de comprobar que una guerra convencional puede desarrollarse bajo la amenaza del uso de armamento atómico, salvo que nos empujen a utilizarlo como último recurso. Aunque aún no hemos llegado a ese nivel de desesperación que justifique el suicidio de la especie. Al menos así nos lo parece. Dada la proximidad de las navidades no nos extrañaría que los comercios dispusieran de un espacio para recoger dinero para la guerra. Todo es posible. No vaya a ser que se les acaben las bombas y tengan que parar la guerra y dejar de matarse.

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