Crónica Política

Las carencias

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

A estas alturas, con la creciente sacralización de la tecnología y el auge de la inteligencia artificial, no debiera extrañar demasiado eso de que correctores de la EBAU hayan detectado carencias de capacidad de análisis y razonamiento en una proporción nada desdeñable de los examinandos. Y no se trata, parece, de que se prime la memorística de antaño, sino sencillamente de que ahora mismo a los estudiantes les auxilia tal cantidad de instrumentos que pensar, relacionar unos hechos y/o datos con otros o, en definitiva, estudiar como se debe no les resulta indispensable. Casi todo les viene dado con facilidad y por eso, quizá, no debieran extrañar los déficits ni a los profesores de Lengua.

Cierto que no hablan de alarma, más bien expresan “preocupación unánime”, tal como publicaba este periódico, “por las dificultades de expresión de muchos alumnos”. Analizando el “lenguaje” con el que se comunica buena parte de los estudiantes, lo raro sería que se manejasen no ya como la Real Academia, sino al menos de manera inteligible en sus razonamientos a la hora de exponer lo aprendido. Y ya ni se diga que su capacidad para analizar circunstancias o acontecimientos sin la ayuda de los nuevos instrumentos resulta algo común hoy en día. Y no convence demasiado una respuesta que apunte a que en las aulas no se permiten esas herramientas. Tarde o temprano se hará.

Hay razones. La primera, porque no siempre es exacto y, segundo, porque el marco de teórico estudio está, las más de las veces, fuera del recinto de institutos o centros de enseñanza. Un dato que obligaría a replantearse cuanto antes algunos sistemas que se emplean a la hora de fijar las tareas a los alumnos. Y, en cualquier caso, los modelos para evaluar el pase de curso que utilizan las autoridades educativas son más que opinables: aceptar que se pueda adelantar un año con suspensos de estudiantes igualando a un nivel más adecuado con el que encarar su futuro y, a la vez tiene más de disuasorio para quienes, desde el esfuerzo, obtienen resultados brillantes que de incentivo para que los mediocres se decidan a dar de sí todo lo que seguramente podrían.

Dicho todo ello, que tampoco pretende demonizar las “ciencias” exaltando las “letras”, parece oportuno añadir la impresión de que algo le pasa a la educación en España que le impide codearse con países de su entorno y que salvo excepciones –que las hay, pero pocas– lleva a sus principales centros a puestos mediocres en los rankings de prestigio. Es probable que, aun compartiendo la opinión que se deja expuesta, sea preciso repartir las responsabilidades de que suceda, pero también que se acepte que una buena parte corresponde al Ministerio de Educación. Sin medir ni comparar con otras administraciones educativas porque no tendría sentido.

Por más que buena parte de las competencias sean ya de las comunidades, la coordinación, la ley y, en fin, una cierta supervisión ha de corresponder a la administración central del Estado. Y eso, ahora mismo, está muy lejos de ser una realidad. Lo que resulta significativo y, a la vez, explica en buena parte lo que dicen los correctores, los profesores de Lengua y quienes, abierto el camino de la reflexión, lo sigan de buena fe. Sin olvidar a los políticos, que deberían pensar hasta qué punto el sistema educativo, aunque constitucional, está contribuyendo a aflojar los lazos internos de un Estado que, por desgracia, cuenta con enemigos internos que no paran de incordiar. Y menos mal que el ministerio. en un momento de lucidez, decidió retirar el proyecto de la EBAU, rechazado por casi todos. Es un indicio esperanzador, pero sólo eso.