Opinión
Durar menos que un primer ministro británico
“Eso va a durar menos que un primer ministro británico” es una frase que puede acabar asentándose en el debate político, social y hasta cotidiano a la vista de los frecuentes cambios de inquilino en el 10 de Downing Street. En cuatro años han desfilado por allí David Cameron, Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y quien venga ahora. Rivaliza el Reino Unido con Italia donde, en promedio, los primeros ministros duran poco más de un año. Lo de Liz ha sido de récord: 45 días. Ella tiene un libro sensacional a tiro: no ya de sus memorias, porque ante la brevedad en el cargo daría solo para un folleto. El interés radica sobre todo en que fue la última política en entrevistarse con la Reina Isabel II. Apareció la foto en la que se saludaban y al día siguiente se comunicó el fallecimiento de la soberana. “La causa de su muerte fue su avanzada edad”, se dijo en la nota de la Casa Real. Bien. Pero cuando se tomó la fotografía y saludó de pie a su ilustre visitante tenía la misma edad, solo que un día menos. Intrigante.
No conviene precipitarse a valorar lo que se pudo decir en aquella última audiencia; que lo diga Liz cuando crea conveniente. Pero es legítimo pensar que, como es norma obligada, la primera ministra le debió contar a la reina sus planes; o sea, su descabellado proyecto de bajadas drásticas de impuestos, según el evangelio ultraliberal, y provocaciones varias a los sindicatos. La soberana, muy experimentada, ya que tuvo que recibir a 16 primeros ministros en su vida, debió ver con claridad lo que se le veía encima. No solo una serie de decisiones gubernamentales erradas que hundirían días después los mercados y la libra, además de incendiar la calle, sino la intensificación de las tensiones separatistas en Escocia que quiere volver a Europa. Y también una crisis muy polarizada en Irlanda del Norte, donde crece la voluntad reunificadora con el resto de la isla. Dos territorios británicos que huyen del Brexit, una decisión política que tanto apoyaron y celebraron Vladimir Putin y Donald Trump. Un fiasco histórico de dificilísimo arreglo. Tomen nota los partidarios de romper lazos estatales y comunitarios.
En poco tiempo, la segunda potencia de Europa puede pasar a llamarse el Reino (Des)unido y la Reina Isabel, que ya vivió el ocaso del imperio británico, no debía tener ganas de presidir la tragedia. Al tiempo, Italia, la cuarta economía europea, se supera en sus desatinos: tuvo una crisis de gabinete ¡antes de que ese gobierno llegara a tomar posesión! Lo nunca visto.
Frente a esos espectáculos insólitos, los catastrofistas españoles de la plantilla mediática y política, tienen comprensibles razones para deprimirse porque augurar desgracias y clamar por la inestabilidad en el Gobierno de España, no tiene apenas relevancia, visto lo que ve por ahí afuera. Ya auguraron que, tras la moción de censura, Pedro Sánchez iba a durar solo unos meses, pero luego ganó las elecciones. Como no se formaba gabinete, se repitieron comicios el mismo año –cortesía de Albert Rivera– y las volvió a ganar. Pronosticaron un año más en el poder y un presupuesto como mucho, pero va camino de aprobar el tercero. Claro que en algún momento Sánchez dejará el Gobierno y le sustituirá previsiblemente Alberto Núñez Feijóo, como cantan todas las encuestas menos la del CIS del inefable Tezanos. Pero en política lo que es muy probable no tiene porqué ser necesariamente seguro. Ni inmediato.
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