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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los impuestos son cosa de pobres

Andan enzarzados el Gobierno de izquierdas y los reinos autónomos de derechas en una batalla por subirles o bajarles los tributos a los más ricos, como si eso tuviera alguna importancia. Esta polémica fiscal afecta en realidad a muy poca gente y, por tanto, no parece que vaya a engordar ni adelgazar sustancialmente la barriga del Tesoro Público. Los millonarios a los que meter mano en la cuenta son pocos y, además, escurridizos, con lo que las expectativas de recaudación serían más bien escasas.

Si uno quiere recaudar dinero de verdad, lo oportuno –aunque tal vez no lo conveniente– consistiría en subirles los impuestos a quienes viven de un salario, que son muchos más que los ricos. Por mucha guita que se le saque a la gente de yate y mansión, su escaso número relativo no garantiza una buena colecta. Los contables del Gobierno la cifran en unos 1.500 millones de euros anuales, que apenas son calderilla en el océano general de la recaudación.

Otro tanto ocurre, a la inversa, con las autonomías que les están aliviando y hasta suprimiendo la carga tributaria a aquellos afortunados que disponen de un considerable patrimonio. El rendimiento sumado de ese impuesto equivale a solo 1.200 millones al año en total; y eso era antes de que empezase la actual competición de rebajas entre las juntas autonómicas.

Pagar impuestos, como casi nadie ignora, es una ordinariez propia de las clases medias y bajas que no pueden dedicarse al contrabando, a la especulación o a la política.

Los verdaderamente ricos, que para eso lo son, disponen de todo un surtido de recursos para escapar al escrutinio de Hacienda. Desde la tributación de sus empresas en países fiscalmente más amables que España a la creación de SICAV –ahora en desuso– como las que en su día les facilitó un Gobierno socialdemócrata con la idea de que no se llevasen su dinero de aquí.

"Pagar impuestos, como casi nadie ignora, es una ordinariez propia de las clases medias y bajas que no pueden dedicarse al contrabando, a la especulación o a la política"

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Tan evidente resulta esto que hasta un ministro de Hacienda –Cristóbal Montoro– llegó a admitir que “los ricos de verdad no pagan impuestos”. El propio Montoro llevó a la práctica su convicción al perdonarle gran parte de sus tributos a los millonarios con cuenta en paraísos fiscales. Lo hizo, como se recordará, mediante una amnistía a los propietarios de dinero forajido que optasen por repatriarlo a España.

Más que cargarle un impuesto a los ricos como quiere la izquierda, o rebajarles el de patrimonio según está haciendo la derecha, parece más práctico y rentable pasarle la factura a la masa de los asalariados. Ganar un poco con muchos arroja una muy superior recaudación que exprimir un mucho a los pocos (que, además, tienen tendencia a escaparse). Es lo que hacen todos los Estados, incluyendo, por supuesto, al español.

No obstante, la subasta fiscal de estos días ha llevado al Gobierno a acometer una rebaja de tributos a los que menos ganan, propósito que en sí mismo constituye toda una revolución. Habrá que ver cómo se traduce eso de las musas al BOE, aunque en principio suena a una cuantiosa merma en la cosecha habitual de Hacienda que tal vez la UE no vea con buenos ojos.

Milagro sería, en fin, que los impuestos dejasen de ser cosa de pobres; pero todo puede ocurrir en la España que inventó el gasógeno. Mayormente, en vísperas de elecciones.

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