Las crisis derivadas de la pandemia del coronavirus y de la invasión de Ucrania han evidenciado que el camino de la globalización emprendido por las economías europeas había obviado las grietas para un enorme socavón: el de la dependencia de terceros países para los productos más básicos y estratégicos. El viejo continente no solo se vio sin material sanitario de primera necesidad (guantes, batas) o de alta tecnología robótica (los famosos semiconductores), sino sin alimentos. De repente no hay maíz, aceite de girasol o sémolas de trigo. Y si la PAC (Política Agraria Común) ha quedado en evidencia en cuanto a contribuir a la preservación de la cadena alimentaria dentro de la UE, la PPC (Política Pesquera Común) no ha obtenido mejores resultados en este aspecto.

Europa, y Galicia en particular, no son autosuficientes en productos con base de proteína marina –es un hecho estructural–, y solo el esfuerzo de la industria podrá ayudar a mitigarlo. No con más capturas en aguas comunitarias, porque la dinámica de Bruselas pasa por vetar cada vez más la actividad extractiva, sino con operaciones corporativas (más tamaño con fusiones y adquisiciones) y más acuicultura sostenible. El crecimiento exterior, la verticalización de los procesos –control desde el origen– y el desarrollo de nuevos productos serán claves para la autonomía alimentaria, el desarrollo industrial, la creación de empleo y la continuidad de actores clave como Nueva Pescanova.

La multinacional de Chapela ha decidido emprender este camino, que antes ejecutaron con éxito la gran mayoría de compañías gallegas del sector. La compra de la armadora argentina Veraz, en fase actual de negociación, le permitirá ganar tamaño y rentabilidad, amén de un acceso directo a dos recursos clave para la empresa: merluza y langostino. Y apartarse del círculo vicioso de los grandes mayoristas internacionales, principalmente asiáticos, que ambicionan un mayor dominio sobre la cadena de valor y que expanden su control sobre a cuánto se vende un producto, a quién y cómo. Los niveles de producción de la pesca salvaje se van a mantener en el umbral de los 80 millones de toneladas anuales y no van a crecer porque las pesquerías son finitas y escasas –solo la flota china explota una quinta parte de esta cantidad–, de modo que el momento de garantizarse la materia prima es ahora.

Europa, y Galicia en particular, no son autosuficientes en productos con base de proteína marina –es un hecho estructural–, y solo el esfuerzo de la industria podrá ayudar a mitigarlo

Nueva Pescanova, bajo el sólido accionariado de Abanca, protagoniza así un tipo de operación –se denomina inorgánica, porque te permite crecer comprando otra empresa– de la que había huido desde la presidencia de Manuel Fernández de Sousa; su objetivo durante su mandato era el mismo, acertado y legítimo, pero no lo fueron ni los plazos para llevarlo a término ni las formas.

Pero ni estos nueve barcos que aspira a adquirir Pescanova, y ninguna de las últimas incorporaciones de las demás armadoras gallegas (Profand, Iberconsa, Pescapuerta, Videmar o Pereira) llevarán pabellón español, a excepción de un arrastrero de Vieira para Senegal. No sería un problema en sí mismo si Galicia pudiese mantener su capacidad actual en aguas europeas, donde al fin y al cabo utiliza la bandera española en los buques. Pero no: el cerco a su actividad por parte de la Comisión Europea y la falta de rentabilidad por las escasas cuotas está provocando una sangría sin fin. Los barcos y el know how de sus tripulantes huyen a otros países y caladeros, como antes huyeron de Europa el maíz o el trigo. Esto es, las armadoras de capital gallego mayoritariamente no crecen en el exterior a costa de competidores extranjeros, sino de la propia flota gallega que operaba en aguas de Gran Sol o el Cantábrico. Es un problema que Europa sigue sin saber apreciar.

Las oportunidades de medrar con grandes operaciones corporativas o de crecimiento orgánico (sin comprar otras empresas) irán complicándose a medida que las empresas de referencia se vayan haciendo más grandes y la competencia sea mayor, por mucho que la industria gallega de la pesca no tenga problemas de solvencia. Pero es pequeña, en comparación con las grandes rivales globales. La mayor compañía de este sector a nivel mundial, la japonesa Maruha Nichiro –es una trader, especializada en compraventa de materia prima– factura siete veces los ingresos de Pescanova en un año: más de 7.000 millones de euros. La media de lo que venden las más de 500 empresas españolas de transformación pesquera ronda los 30 millones al año.

La preservación del sector de la pesca, no solo por tamaño sino por rentabilidad, es determinante para garantizarnos una autonomía alimentaria por la que países como China llevan años trabajando.