Las inversiones en ferrocarril son caras; sobre todo cuando se opta por dotarse de altas prestaciones y se construye en un lugar con orografía difícil como es Galicia. Cierto que en su momento hubo críticas sobre la escasa rentabilidad social de estas inversiones. Pero también es verdad que en los últimos años ha habido un cambio de prioridades sobre la emisión de CO2 y, por tanto, sobre las claras ventajas del tren eléctrico alimentado por energías renovables respecto al avión.

Pero de poco valen las infraestructuras si nos olvidamos de los servicios y de los usuarios. En Galicia está pasando. Se han constituido ya varias plataformas de usuarios que se quejan, con razón, de los problemas que afectan a las conexiones entre las ciudades gallegas. Sin hablar ya de los casos de Ferrol y Lugo, los ejes A Coruña-Vigo y A Coruña-Ourense no ofrecen los horarios que se adaptan a las necesidades y horarios de trabajadores y estudiantes; ni la flexibilidad que requieren los abonos para adaptarse a la amplia casuística existente. Si queremos avanzar en la descarbonización de la economía, aprovechar las ingentes inversiones y conseguir que los ciudadanos-contribuyentes estén contentos de la calidad de los servicios públicos, necesitamos adoptar la óptica de los usuarios y adaptarnos a sus necesidades.

Lo más preocupante es que esta realidad es bien conocida. Ha aparecido en las páginas de este diario reiteradas veces; políticos de todos los signos se han posicionado a favor de las reclamaciones en el Parlamento de Galicia y en la FEGAMP, el CES de Galicia también ha mediado… Pero Renfe no da su brazo a torcer y sigue sin mover ficha.

Sin duda, tendrá sus razones y justificaciones, como la falta de maquinistas. Pero es un sinsentido gastarse miles de millones de euros en una infraestructura y luego no poder utilizarla eficientemente. Alguien se ha equivocado en la planificación. Errar es humano. Empatizar con los afectados y encontrar soluciones también lo es.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)