Quedó dicho en alguna parte que el papel de la oposición es oponerse y el del gobierno, gobernar. Algo más tarde se completó el legado de Pero Grullo añadiendo que en ambos casos eran imprescindibles no sólo los programas sino las alternativas, y a eso dedicaron todos la sesión parlamentaria que se cerró con la elección –41 votos a favor frente a 33 en contra– del señor Rueda Valenzuela como nuevo presidente. Un voto menos en el PP por causa de una indisposición del portavoz de su grupo, don Pedro Puy, que fue trasladado al hospital. Salvo ese incidente, todo ocurrió como siempre que se aborda la investidura en una institución democrática y que se esquematizó en la referencia al maestro en la dialéctica de lo obvio.

Dicho todo ello, procede destacar, como opinión, que la estrategia de la oposición, a la que le tocó el protagonismo –compartido con el candidato– en la sesión de ayer, fue inteligente desde su anuncio previo. Y es que al plantearse como “alternativas de gobierno” presuponía una idea clara: la de que ambos grupos de la izquierda dan por sentado que las elecciones autonómicas de 2024 significarán para el PP la salida de la Xunta y por tanto la apertura, sino de una nueva era, desde luego una etapa del todo diferente. Por eso eligieron una táctica arriesgada: ofrecer a los ciudadanos un esquema, más o menos pormenorizado, de qué pretenden llevar a cabo desde “su” gobierno.

En ese cuadro, para el BNG, y según desarrolló en sus intervenciones –muy críticas– su portavoz nacional, primará lo que el nacionalismo entiende como “la realidad y las necesidades actuales de la sociedad gallega”, desde una visión totalmente distinta a la que describe el PPdeG. La señora Pontón hizo su discurso casi como de investidura, partiendo de su convicción de que “dentro de dos años el Bloque presidirá la Xunta”. Y lo mantuvo hasta el final, llegando a definir las réplicas del candidato don Alfonso Rueda como “propias de una oposición frente a un BNG en el gobierno”. Brillante, audaz –quizá recordó que fortuna audentes iuvat– y dialécticamente hiriente, doña Ana fue una de las “estrellas” de la jornada. Junto con el aspirante, claro.

La estrategia de los socialistas gallegos la definió fuera del hemiciclo su secretario xeral el señor González Formoso y la llevó a la tribuna con elegante pericia no exenta de contundencia, y hasta de momentos de auténtico desafío a debates concretos, don Luís Álvarez. Que sin olvidar la prudencia, habló de “atender con prioridad las crisis económica, social y estructural” para devolver “la ilusión” a la política. Y, como la señora Pontón por el Bloque, insistió en la forma supuestamente “ilegítima” por la que accede al poder el candidato. En los dos existe al menos un problema: que sus alternativas tienen un déficit de concreción y un superávit de optimismo en las cifras que se oyeron y en la supuesta capacidad de “ilusionar con el cambio”. Y no pocos espectadores dudan de ella, no por el socialismo gallego, sino por el Gobierno central.

El otro gran protagonista de la jornada de la jornada fue, como es natural, el ya presidente electo. Le tocaba jugar a la defensiva para replicar a los embates de la oposición y salió airoso. Es cierto que aún no domina los trucos que exige la especial dialéctica parlamentaria, pero demostró que aprende rápido: fue a más en sus intervenciones y al final obtuvo no sólo los votos de su grupo, sino un aplauso casi interminable de los diputados del PP y la felicitación educada de los dirigentes adversarios. Antes, su portavoz don Pedro Puy hubo de abandonar el hemiciclo por la mencionada indisposición y le sustituyó Miguel Tellado, que se ajustó al guión e hizo una faena de aliño. Así las cosas, y a modo de un resumen personal, podría rematarse la tarea con aquello de “votaron y luego, tras elegir nuevo presidente con la oposición de la oposición, fuéronse todos y no hubo nada”. Salvo programa y, quizá, alternativas: cumple, pues, esperar y ver.