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Ánxel Vence.

Esto solo lo arregla un chino

Hay un líder discreto que aboga por poner fin a la guerra mediante el uso de la “calma” y la “racionalidad”: y no se trata de Feijóo, contra lo que pudieran creer sus partidarios. Es el chino Xi Jinping quien le ha recomendado esa vieja fórmula a Joe Biden, presidente del imperio rival que no acaba de aclararse en el asunto de Ucrania.

Xi, que hasta en el apellido es persona módica, ya tuvo que emplearse a fondo años atrás frente al nacionalista Donald Trump, gran admirador de Vladímir Putin. Era de pasmo escuchar la vibrante defensa del comercio, de la economía de mercado y, en fin, del capitalismo que hacía –y sigue haciendo– el líder comunista chino en todos los foros internacionales.

Más o menos lo contrario de lo que sostenía el entonces presidente Trump, quien desconfiaba de los manejos de Wall Street, disparaba aranceles contra cualquier mercancía que se moviese y se quejaba de lo cara que le salía la OTAN.

Del mismo modo que años atrás le recordaba a Trump que nadie sale ganando en las guerras comerciales, Xi le ha dicho ahora a Biden que tampoco benefician a nadie las guerras antañonas propiamente dichas, como la desatada por Putin en Ucrania.

Que China siga siendo un socio estratégico de Rusia no contradice en modo alguno su posible mediación, sino que la favorece. Si algo han demostrado los chinos con su pragmatismo de los últimos cuarenta años es que su diplomacia no tiene apenas nada que envidiar a la vaticana, justamente famosa por su sutileza.

No parece fácil defender la fórmula capitalista bajo un régimen comunista como el que ha convertido a China en la gran fábrica del mundo; pero eso vienen haciendo con éxito sus dirigentes desde la época de Deng Xiao Ping. “Gato blanco o gato negro, tanto da; si caza ratones, es un buen gato”, sostenía el nada dogmático Deng, en frase que inspiró en su día a gobernantes tan lejanos como el español Felipe González.

“Siempre será mejor y más beneficioso para todos invadir países con tus mercancías que hacerlo con tanques, cañones y cohetes”

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Xi no ha hecho otra cosa que añadir algunas dosis de Confucio y de cordura al marxismo que oficialmente sigue guiando los destinos de la segunda potencia mundial.

Tanto es así que no para de dar lecciones de capitalismo a los capitalistas, últimamente entregados a gente de tan rancio nacionalismo como el ya caído Trump o el británico Boris Johnson. En el Foro de Davos, nada menos, el presidente chino les dijo que “uno puede encerrarse en una habitación oscura para que el viento y la lluvia se queden fuera”. “Lo malo”, añadió, “es que también se quedan fuera la luz y el aire”.

Con esto se limita a subrayar el jefe de la República Popular el principio bien conocido, pero no por eso menos sensato, de que el comercio es la alternativa natural a la guerra.

Siempre será mejor y más beneficioso para todos (unos más que otros, eso sí) invadir países con tus mercancías que hacerlo con tanques, cañones y cohetes, como era costumbre en el bárbaro siglo XX de las dos guerras mundiales. La Rusia de Putin, que es país de otro tiempo, ha venido a recordarnos estos días lo fácil que es volver a un pasado que parecía de imposible retorno.

De ahí que una nación como la china, capaz de conciliar el Libro Rojo de Mao con El origen de la riqueza de las naciones, de Adam Smith, parezca ahora mismo la mejor candidata para frenar la guerra de otro siglo que tiene a Europa en un sinvivir. Si esto no lo arregla un chino, a ver quién va a hacerlo.

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