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El Urquín, un local de cine que se anticipó a su tiempo

El establecimiento tuvo dos etapas entre 1943 y 1950, pero fue un negocio ruinoso en una ciudad pequeña y empobrecida

Celestino López de Castro posa con parte del servicio del Urquín perfectamente uniformado. | // J. PINTOS

“Créanme qué al montar este negocio, pensé más en lo que yo podía aportar a mi pueblo, que en mi propio interés”. Así resumió Antonio Hereder Solla el envite quimérico que supuso en la Pontevedra de 1943, pequeña, empobrecida y provinciana, la apertura del Urquín como restaurante, salón de baile, bar y taberna típica. Todo en uno, primorosamente habilitado y decorado para engrandecer esta ciudad; lo nunca visto hasta entonces en Galicia.

El Urquín, un local de cine que se anticipó a su tiempo

Rafael Picó Cañeque, Casiano Peláez Merino, Fernando Lamas Fernández, Manuel Trallero Balengué, Antonio Hereder Solla, Eugenio Rodríguez Otero, Manuel Queimadelos Álvarez y Eugenio Luís Rodríguez. Cinco pontevedreses y tres vigueses firmaron el 6 de noviembre de 1942 la escritura de constitución del Urquín, con un desembolso de 500.000 pesetas. Un ingeniero que acababa de convertirse en presidente de la Diputación, tres comerciantes reputados del gremio textil (de El Globo a Simeón), y otros tres buenos amigos de Hereder en la ciudad olívica, donde contaba con estrechos lazos familiares.

El Urquín se abrió sin reparar en gastos para atender principalmente el ocio y esparcimiento de la Escuela Naval Militar. De hecho, el propio Hereder sirvió el banquete inaugural ofrecido en el Palacio Provincial, con asistencia de Franco y su familia. Pero el centro de la Armada resultó insuficiente para garantizar la supervivencia del súper establecimiento más elegante y selecto de aquel tiempo. Allí todo fue excesivo, comenzando por el propio Hereder. Ese resultó su pecado original que, a la postre, no tuvo perdón.

Ante la inminencia de la apertura de la ENM, el Urquín se instaló deprisa y corriendo en un local anexo a Correos, en la calle García Camba, donde luego se ubicó la prestigiosa sastrería de caballero de Germán Gómez, y hoy está Prenatal. Cuando estuvo lista la casa de enfrente, proyectada por Eloy Maquieira, se trasladó allí definitivamente y cerró sus dependencias primitivas.

Desde el primer momento, trató de explotar al máximo el bar y la taberna por un lado y por el otro el restaurante y el salón de baile. Especialmente los té-baile de los domingos por la tarde, a ocho pesetas la consumición, y las cenas americanas de los sábados por la noche, constituyeron sus platos fuertes. Sus recuerdos despertaron grandes añoranzas entre promociones de marinos y jóvenes pontevedreses que hicieron allí sus primeras conquistas amorosas, cuando no formalizaron noviazgos y también algunos matrimonios.

Las bodas de postín, los banquetes oficiales y otras celebraciones estuvieron a la orden del día, de tal forma que el Urquín llegó a contar con una plantilla de treinta y dos personas en su mejor época, que se dice pronto.

Lo mismo preparó un almuerzo en honor a Fermín Gutiérrez Soto, hijo adoptivo de esta ciudad, por su ascenso a general y su destino al frente de la Jefatura de Estado Mayor de la 8ª Región, que sirvió la merienda nupcial de Amancio Landín y Maruja Jaraiz tras la ceremonia religiosa en San Bartolomé; o dio una comida del Concello a la embajada oficial que acompañó a la Orquesta Municipal de Bilbao para sus celebrados conciertos en Pontevedra, como devolución de visita de la Coral Polifónica a la capital vasca.

También prestó servicios externos a entidades y particulares. Por ejemplo, sirvió en el Museo un delicado té en la toma de posesión de Pedro Nieto Antúnez, director de la ENM, como miembro del patronato rector, que compartió con las hermanas María y Concepción Babiano por su donación del libro de Bitácoras de la fragata Numancia y otros preciados documentos del almirante Méndez Núñez. Igualmente preparó un gran lunch, con orquesta incluida, por encargo del comerciante Severino Martínez en su quinta Villa Celsa de A Parda, con motivo de la boda de su hija Isabel con Antonio Lombos.

La Orquesta Sur se ganó la titularidad del Urquín y allí pasó varias temporadas. Además, el salón de baile fue testigo del estreno sonado de dos pasodobles de su director, Juan Moldes Touza: uno en 1946 titulado “Pontevedra FC” -antecedente del himno que compuso después- y dedicado al equipo granate cuando acarició por primera vez el ascenso de Tercera a Segunda División; y otro en 1948 para el torero Julián Marín por la ofrenda de un capote a la Virgen Peregrina, que constituyó todo un acontecimiento

Por supuesto que el Urquín fue el punto de encuentro y reunión social más concurrido a diario, tanto para el aperitivo del mediodía, como para el café de sobremesa o la merienda de tarde. Sin embargo, la masa crítica, como se dice ahora en plan pedante, resultó insuficiente para su viabilidad económica.

El gran dibujante y divertido pícaro Ramón Peña instaló allí una tertulia después de comer -la mañanera estaba en el Savoy-, donde todo giraba a su alrededor y solo él concedía la venia. También hubo otra con nombre de estrella, Aldebarán, que glosó la revista Ciudad, aunque sin nominar a sus integrantes.

El Urquín ejerció como cuartel general del Club de Ajedrez de Pontevedra, y en cierta ocasión acogió un reñido campeonato con una veintena de participantes y un sinfín de mirones. Allí germinó la afición por este juego.

A finales de 1946, Antonio Hereder se rindió a la evidencia y abandonó su función de gerente del Urquín con gran pesar. Entonces el socio Casiano Peláez gestionó su venta, subarriendo o traspaso desde El Globo. Finalmente, Manuel Martín Sobrino optó por un traspaso formalizado al año siguiente.

El Urquín trató de mantener en esta nueva etapa su oferta original; es decir, que siguieron los conciertos de la Orquesta Sur todos los jueves, fines de semana y días festivos, tarde y noche. El café presumió de servir un buen moca. Y el restaurante acogió la celebración de algún que otro sarao o boda sonada. El periodista Avelino García “Sprinter” compartió un vino con los amigos por sus primeros dieciocho años como reportero, entonces corresponsal de La Noche. Y el abogado Tomás Galván festejó su enlace matrimonial con Angelines Tamames.

A mediados de 1950, la situación del Urquín se puso negra y Manuel Martin tuvo que hacer frente a sendas denuncias, judicial y laboral, que precipitaron su cierre, con la liquidación consiguiente de todas sus existencias. Libre de polvo y paja, Moises Álvarez echó el ojo al local y allí abrió su magnífico establecimiento de loza y porcelana de la fábrica de Pontesampaio.

El éxito de Machín y la orquesta Sur

Entre todas las actuaciones musicales que ofreció el Urquín, sin duda ninguna Antonio Machín fue el gran triunfador y dejó un recuerdo imperecedero. Presentado como el genuino embajador del arte afrocubano, al cantante le basó un mes de estancia en el célebre local para poner Pontevedra a sus pies y ganarse el favor de la juventud más desenfadada y bailona, incluidos los alumnos de la tercera promoción de la Escuela Naval (1945-46). El artista ya era bastante conocido, aunque su popularidad todavía distaba mucho de tocar la gloria. “Angelitos negros”, seguramente su canción más famosa dentro de un notable ramillete de inolvidables melodías, aún llegó dos años después, y la televisión no se hizo realidad hasta la década siguiente. Entonces, Machín no podía permitirse el lujo de viajar con un grupo de acompañamiento para sus actuaciones. Sin embargo, tuvo la suerte de encontrarse en el Urquín con la Orquesta Sur, que contribuyó mucho a su éxito por la sintonía lograda. Juan Moldes Touza reunió un notable elenco de músicos versátiles, entre quienes su hijo Antoñito dio los primeros pasos artísticos tocando la trompeta y el piano, y haciendo sus pinitos como cantante. Sus imitaciones del artista cubano le valieron el sobrenombre del Pequeño Machín. “La cadencia de tu rumba, / Machín, me vuelve tarumba. / Viento africano nos trajo, / pasado por Vuelta Abajo, / esta canción sin relajo / que la maraca nos zumba”. Así comenzaba una poesía dedicada al artista por Celso Emilio Ferreiro, que enseguida se convirtió en canción y en el Urquín estrenó antes de irse el propio Machín con indumentaria criolla, en una memorable jornada dedicada a la canción cubana. Aquella noche todo el mundo bailó y entonó su pegadizo estribillo una y otra vez sin parar. “La cadencia de tu rumba, / Machín, me vuelve tarumba”.

La sala de arte que llenó un vacío

Si la temporada de Machín fue el acontecimiento más celebrado de la primera época del Urquín, que estuvo marcada por la música y el baile, la otra etapa que resultó postrera, apostó decididamente por el arte con la apertura de un salón de exposiciones ad hoc, que cubrió una necesidad bastante ostensible. La ciudad nunca había dispuesto de un local exclusivo para muestras pictóricas. Hasta entonces, las sociedades recreativas, de Educación y Descanso al Casino Mercantil, habían cubierto aquel vacío, acogiendo de forma esporádica las muestras de pintores, casi siempre locales. Una exposición de Avelina Viñas en octubre de 1947 sirvió de ensayo general. Los óleos que presentó la esposa de Alejandro Díaz, hermano de Calixto, dueño del conocido restaurante, tuvieron una buena acogida. No solo de palabra, sino también de obra, puesto que se vendieron muy bien. Esa circunstancia disipó cualquier posible duda de los señores Martín y Villaverde, nuevos propietarios del Urquín. De modo que dos meses después abrieron un salón de exposiciones en una zona independiente del propio café. El destino quiso que Agustín Portela Paz tuviera lista su magna obra “Pontevedra Boa Vila”; de modo que los dibujos del libro coral llenaron sus paredes y protagonizaron la muestra inaugural. Nadie que era alguien en la ciudad faltó a aquella cita el 17 de diciembre. Y Sabino Torres, allí presente en su salsa, aseguró que se vendieron todos en un santiamén aquella misma tarde. Manuel Torres tomó el relevo de Agustín Portela, y luego organizó la revista Sonata Gallega una exposición colectiva que contó con la participación de Laxeiro, Pesqueira, Sobrino, Briones, Peña y otros destacados pintores. La sala de exposiciones permaneció abierta casi hasta el cierre del Urquín.

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