Los test de anticuerpos de la sexta ola del COVID son como el papel higiénico de la primera: un bien en sorprendente estado de desabastecimiento. De alguna forma, acaparar ambos productos es muestra de que un temor irracional se ha instalado en la sociedad. Como al principio de la pandemia todos estábamos cagados de miedo, recurrimos al acopio de celulosa para hacer más llevadero el tránsito vírico. Como todos habíamos retrasado un año el encuentro navideño con nuestros seres queridos, el miedo a los contagios de ómicron nos llevó a multiplicar en estas fiestas las pruebas diagnósticas de venta en farmacia. Y como los test no son fiables al cien por cien y pueden registrar falsos negativos, los compramos a pares. Como los rollos de suave tisú.
"Se han agotado los test en las farmacias y cuando consigues uno casi ha triplicado su precio"
Se han agotado los test en las farmacias. Para encontrar uno es menester recorrer kilómetros, y cuando consigues uno de esos palitos de uso nasal resulta que casi han triplicado su precio. El primero que adquiriste hace 15 días te costó 3,25 euros; el de la víspera de la Nochebuena subió a 8,90. La ley de la oferta y la demanda, el libre mercado aplicado a la necesidad sanitaria. Si quieres test, paga.
Mientras los ciudadanos se rascan el bolsillo, el presidente del Gobierno sigue asintomático respecto a las principales dolencias del país. Al genio de la lámpara solo se le ocurre imponer la mascarilla al aire libre para frenar la avalancha de contagios. Llevar bozal en la calle tiene el mismo efecto sobre el COVID que encenderle una lamparilla a San Judas Tadeo. Por segunda Navidad consecutiva, a Sánchez se le llena la boca de “cogobernanza”, palabreja que no encuentra acomodo en el diccionario y que en su caso es sinónimo de inacción estatal. Un afeite más de su política cosmética.
