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¿Extraterrestres?

Somos nosotros los dispuestos a facilitarles toda la información que necesiten. Porque ellos, repito, ya están entre nosotros

Como no soy aficionado a la ciencia-ficción y Philip K. Dick me parece un escritor de la escuela realista, últimamente no sé muy bien dónde me encuentro o si de verdad me encuentro, que es peor. Tengo la sensación de que me faltan mimbres para interpretar la vida que vivimos ahora y si me faltan pienso que es porque nunca he sido aficionado a la ciencia-ficción y estoy convencido de que nos han trasladado a un estudio donde se graban películas raras.

Pero miento: de niño me gustaba mucho Viaje al fondo del mar y si me dejaban ver algún episodio de Los invasores aumentaban mis naturales dotes de felicidad. “David Vincent los ha visto…”, decían en la presentación de cada capítulo y ellos eran personas normales, norteamericanos de clase media con traje de tergal y camisas Suybalén. Pero ni eran normales ni norteamericanos ni de clase media, sino peligrosos habitantes de otras galaxias dispuestos a acabar con nuestra civilización. Y al pobre David Vincent nadie le hacía caso. En cuanto a Viaje al fondo del mar, el almirante Nelson –autoridad máxima del Sea View– nunca perdía la calma, mostrando ante los peligros un gran dominio de sí mismo. Era un WASP de manual. En cambio, el capitán Crane, pese a su apellido, tenía aspecto de chicano por parte de padre y todos los bichos transformadores, virus malignos, líquenes venenosos, espíritus marcianos y otras amenazas de parecida ralea, le poseían con enorme facilidad y tremendo peligro para el submarino. Menos mal que estaba el bonachón cabo Kowalski para contrarrestrar y encerrarlo en su camarote si era necesario, no fuera a contagiar a toda la tripulación.

¿A qué viene todo esto? Pues a que desde hace un tiempo tengo la sospecha de que los invasores habitan entre nosotros y se está apoderando de mí un insoportable síndrome de David Vincent. Pienso en Jeff Bezos, en Elon Musk y en Mark Zuckerberg, un trío galáctico. Y como estoy hecho un lío, ya no distingo entre el hombre de Amazon y el de Tesla y a veces los confundo con el joven, aunque ya no tanto, de Facebook, Instagram y ahora de la atrocidad del Metaverso. Los tres me parecen hombres sin rasgos que definan su rostro más allá de una sospechosa lisura y ninguna particularidad. Ojos de pez, o de batracio, o de ofidio tal vez, lo que me conduce a pensar en los hombres-lagarto, por aquello de que según Lovecraft de ahí venimos y tal vez los más inteligentes –y esos tres parece que lo son y mucho– también vayan hacia allí. Y lo que es peor: nos quieran llevar consigo.

"Bezos ya ha pronosticado que muy pronto viviremos todos en el espacio y solo pisaremos la Tierra de vacaciones, los que puedan pagárselas, claro"

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Por de pronto hay dos que están con las naves sin tripulación –del coche al cohete– y los viajes por el espacio, y uno de ellos, Bezos, ya ha pronosticado que muy pronto viviremos todos en el espacio –en unas estaciones espaciales que quitan el hipo– y solo pisaremos la Tierra de vacaciones, los que puedan pagárselas, claro. Algo parecido hemos visto en alguna que otra película aunque no seamos aficionados a la ciencia-ficción. Y de repente, la intuición: ¿tiene Jeff Bezos un tapado en el ayuntamiento de Palma? La campaña para recabar información de los vecinos de cada barriada y así elaborar listados de distintos atractivos urbanos aún no explotados, se parece peligrosamente al coche de Google que filmaba todos los rincones del mundo-mundial y al almacenamiento de datos que azota y destruye nuestro sentido de la civilización. ¿Los invasores? Eso parece; y encima somos nosotros los dispuestos a facilitarles toda la información que necesiten. Porque ellos, repito, ya están entre nosotros, pero ¿en el ayuntamiento de Palma? Que Bezos, Zuckerberg o Musk sean sus embajadores es una cosa, pero que se hayan infiltrado en nuestras instituciones y quizá estén viviendo en nuestro barrio, con ojos de cámara fotográfica, ya resulta más inquietante. El jueves tarde mismo, uno de ellos, camuflado de chica-turista, me fotografió varias veces –el destello repetido de un miniflash– mientras yo paseaba plácidamente bajo la catedral. Cuando caí en la cuenta, había desaparecido.

Pero la resistencia ha comenzado y Mallorca, como siempre, es pionera. Los vecinos de Pere Garau han dicho que nanay, que no pasarán ni una sola información, que no quieren que su barrio sea asolado por los invasores y sometido a la presión inmobiliaria de la que me temo no podrán –no pueden ya– escapar. Algo es algo y desde aquí los aplaudo: no todo es de todos, aunque ahora se crea que sí. Llevo muchos años, desde esta misma sección, avisando contra la publicación de mapitas y fotos de los lugares más recónditos e inaccesibles de la isla y no solo no ha servido de nada –como no sirvió de nada mi campaña a favor de Can Pere Antoni– sino que desde hace tiempo son carne de Instagram, de masificación y de la tara que haga falta. Esos lugares ya no son recónditos, ni inaccesibles y el sentimiento de pertenencia sentimental se ha esfumado. Pero si en Pere Garau ya están en lucha, en Menorca han sido más radicales equivocándose en el objetivo: no evitan a Zuckerberg, Musk o Bezos. Es a nosotros a los que no quieren y ahora ya lo dicen en voz alta. No quieren a tantos mallorquines en las fiestas de Sant Joan. Habrá que ir pensando en si creen que ya pertenecemos todos a la secta de los invasores o nos ven como ajenos a una cultura que consideran solo suya.

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