Opinión

por RAFAEL LÓPEZ TORRE

La singular historia de la casona de Sánchez-Cantón

Proyectada en 1942 por Eloy Maquieira en Pontemuiños, salvada de la piqueta al venderse la finca, y reconstruida desde 2010 en Vilarmaior (y 2)

La casona noble de Cantón reciente terminada 
en su nueva ubicación de Vilarmaior. // FOTO: familia Fraga-López.

La casona noble de Cantón reciente terminada en su nueva ubicación de Vilarmaior. // FOTO: familia Fraga-López. / por RAFAEL LÓPEZ TORRE

Al admirado edificio levantado en el número 8 de la calle García Camba -ya reseñado el pasado domingo- hay que añadir otro proyecto más tardío en el tiempo que Eloy Maquieira Fernández realizó para su querido amigo Francisco Javier Sánchez Cantón. Lamentablemente, no hay constancia de otra casa suya que aún perviva en algún rincón de esta ciudad.

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La singular historia de la casona de Sánchez-Cantón / por RAFAEL LÓPEZ TORRE

La encomienda de Cantón a Maquieira para diseñar su vivienda soñada en una finca adquirida en Pontemuiños (Lourizán), constituyó una muestra inequívoca de su confianza no solo personal, sino especialmente profesional. El subdirector del Museo del Prado podría haber encargo el proyecto a cualquier reputado profesional de aquel tiempo en Pontevedra -de Argenti a Quiroga, pasando por Cochón- o también de fuera de Pontevedra. Sin embargo, eligió a su amigo de juventud, cuando Eloy ya había dejado huella fehaciente en Lugo de su buen hacer como arquitecto municipal.

Sánchez Cantón y Filgueira Valverde fueron dos buenos amigos de Maquieira. Aunque por edad, estaba más cerca del segundo, tuvo una relación más estrecha con el primero, pese a los diez años de diferencia.

Posiblemente, Javier y Eloy se conocieron a través de sus respectivas familias en Pontevedra y luego fortalecieron su amistad en Madrid, cuando éste cursó la carrera de Arquitectura y aquél accedió a la subdirección del Museo del Prado. Por su parte, Filgueira coincidió más tarde con Maquieira en Lugo, donde vivió varios años tras obtener allí una plaza de catedrático del Instituto y casarse después con Mª Teresa Iglesias.

Filgueira se convirtió desde entonces en un enlace permanente entre Cantón y Maquieira, cuando el uno no tenía noticias del otro. Eso recoge muy bien el epistolario cruzado y reunido por el Museo Provincial bajo el título genérico de Cartolatría (1926-1970).

Cantón encargó a Maquieira el proyecto de su casa familiar en 1941 y siguió su elaboración con mucho interés. Cuando pasaba algún tiempo sin ninguna noticia de Eloy, enseguida trasmitía su inquietud a Filgueira y reclamaba información al respecto.

“…Trabaja en nuevos croquis, con afán de hacer el proyecto mejor y más barato”.

Esta información trasladó Filgueira a Cantón para calmar su impaciencia a principios de enero de 1942. Y ese mismo mes, Maquieira firmó los planos del proyecto ya terminado.

La imponente casona de planta noble se levantó en la parte más alta de una finca situada a dos kilómetros de Pontevedra, lindante con la carretera de Marín en el lugar de Pontemuiños. Su vista de la Ría de Pontevedra, con el horizonte enmarcado por Lourizán y Placeres, era sencillamente espléndida. La fábrica de Celulosas no estaba ni tan siquiera en proyecto.

Como no podía ocurrir de otro modo, Maquieira tuvo muy en cuenta la personalidad de su propietario. Por esa razón firmó su proyecto más clásico y tradicional, al gusto de Cantón, aunque sin renunciar a un sello propio mediante algunos guiños racionalistas y barrocos. Estos últimos recordaban mucho a los remates característicos de los pazos gallegos. Naturalmente, para su construcción se empleó el granito del país, moldeado con primor por la diestra mano de expertos canteros.

La edificación constaba de dos plantas más un abuhardillado, y todavía hoy llama la atención por su porte señorial. Los dos niveles estaban bien diferenciados con arreglo a los usos previstos: abajo, los servicios secundarios como leñera, lavadero, trastero, despensa, etc), y arriba las habitaciones y los equipamientos, con porche, vestíbulo, despacho, estar, comedor y tres dormitorios, además de los baños. Y otras habitaciones en el bajo cubierta.

Una vez terminado el amueblamiento interior, la casona de Pontemuiños se convirtió en el domicilio pontevedrés de Javier y sus tres hermanas, Hortensia, Amalia y Sofía. Habitualmente, dos de ellas permanecían allí, mientras que una tercera cuidaba de su hermano en el otro domicilio madrileño, tarea que alternaban con cierta frecuencia, aunque a veces coincidían los cuatro aquí o allá, formando siempre una familia muy unida en su sempiterna soltería.

Cada vez que estaba en Pontevedra, disfrutaba mucho Cantón de aquella casona diseñada por Maquieira, y desde la distancia mimaba el cuidado de la finca con la ayuda impagable de Filgueira, receptor de sus instrucciones al respecto de vez en cuando. El único inconveniente que encontró durante los primeros años fue el mal funcionamiento del servicio de Correos, que tanto utilizaba por sus incontables relaciones y sus múltiples tareas.

Enfermo de gravedad, Cantón pasó los últimos días de su vida, anhelando una vuelta al trabajo en Madrid que nunca llegó, y en Pontemuiños murió a finales de 1971. Las hermanas siguieron viviendo allí, junto a un matrimonio de confianza alojado en la planta baja, que tuvo a su cargo el cuidado y la intendencia de la casona. Sofía fue la última que falleció en 1992.

Por herencia familiar, la propiedad pasó a manos de sus sobrinos Piluca y Luís Sánchez-Cantón Lenard. Éste último gestionó su venta a Ángel Fernández Presas, cabeza visible del Grupo Indeza, y después la promotora levantó allí diez espléndidos chalets adosados que proyectó Alfredo Díaz Grande.

Previamente, el aparejador encargado del acondicionamiento del terreno para la construcción reseñada, entendió con buen criterio que aquella bella casona no podía desaparecer por la acción de la piqueta. En consecuencia, optó por desmontarla piedra a piedra con su numeración correspondiente, al objeto de darle una nueva vida. Toda la cantería se depositó en una finca de Mourente, a la espera de un destino entonces bien incierto que aún tardó algunos años en concretarse.

Un periplo de cine hasta su nuevo acomodo

A principios del siglo XXI, el azar siempre imprevisible y a menudo caprichoso, puso la mampostería de la casona de Cantón como piedra en el camino de Manuel José Fraga, propietario de una inmobiliaria en Pontedeume. Todo empezó con una comida entre amigos de distinta procedencia en la feria medieval que celebra anualmente Baiona para conmemorar la arribada de La Pinta, carabela portadora de la noticia del descubrimiento del nuevo mundo. Entre risas y confidencias, Fraga comentó su anhelo por hacerse algún día con una casa de piedra noble, “que no fuese de O Porriño”, según él mismo recordó después, al recrear esta singular historia. Un comensal de A Estrada, relacionado con la Gestoría Contas, no olvidó el comentario de su amigo, y algún tiempo después llamó a Fraga para indicarle que la casa de su vida yacía en una finca de Mourente, a la espera de alguien dispuesto a ponerla de nuevo en pie. Cuando tuvo en sus manos los planos firmados por Maquieira, no lo pensó dos veces y formalizó su compra. Durante bastante tiempo, Manuel José permaneció dubitativo y tardó en emprender la reconstrucción de la casona, cuyo esqueleto llegó a poner a la venta en su inmobiliaria coruñesa. Entonces fue cuando Theseus Films, una productora domiciliada en Culleredo, descubrió casualmente el periplo seguido hasta entonces por la casona de Cantón-Maquieira, se enamoró de su historia y comenzó a preparar el rodaje de un documental. Eso contó Xoán Abeleira a principios de 2008 en una bonita crónica elaborada con la ayuda del propio Fraga. Lamentablemente, el proyecto cinematográfico no salió adelante. Sin embargo, espoleó a Manuel José, que decidió al fin cumplir su anhelo y reconstruir la casona. Con los planos en la mano, el nuevo propietario respetó a conciencia su aspecto externo e introdujo algún cambio en su distribución interior para atender otras necesidades familiares y distintas a las originales. Eusebio García, integrante de una notable saga de canteros de Mourente, se encargó de su reconstrucción, y una década más tarde aún recuerda muy bien todas las vicisitudes que rodearon su esmerado trabajo. “Cuando recibimos el encargo -rememora-, la mampostería de la casona estaba en un estado de semi abandono, con las piedras llenas de matojos y rodeadas de helechos. Tuvimos que limpiarlas a fondo dos veces antes de su traslado para dejarlas en buen estado”. La restauración de la casona en Vilarmaior se realizó por la empresa de Eusebio García entre 2009 y 2010, tras un cambio en la ubicación prevista por la afectación de una carretera. Pero lo más asombroso y novelesco de esta historia precisamente se produjo durante su levantamiento. A menos de un kilómetro de distancia, vivía entonces Luís Maquieira, un trotamundos con vocación de poeta, autor inspirado de varios libros e hijo del arquitecto que proyectó la casona para Cantón. Un día al pasar por allí camino de su casa, muy cerca del castillo de Andrade, sintió un extraño latido en su interior: “fue como un calor, que no se puede explicar” Así rememoró después Maquieira hijo su reencuentro subliminal con Maquieira padre, una vez que conoció al promotor de aquella reconstrucción, Manuel José Fraga, y supo la procedencia de la fina mampostería que tanto llamaba su atención. “Una casualidad afortunada”, comentó a Viviana Burón, autora de otro reportaje entrañable sobre la casona recién terminada en su nuevo emplazamiento. Esta historia extraordinaria tuvo un final agridulce, de acuerdo con otro impagable testimonio de Ana, hija de Manuel José. La familia Fraga-López ocupó la vivienda desde 2012, pero el padre no disfrutó todo lo que habría querido de la casona, puesto que falleció prematuramente hace dos años. No obstante, allí siguen hoy su viuda, Nieves, y su hija Cristina, seguro que con la aquiescencia de Maquieira y Cantón por conservar un bien tan querido.

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