Opinión

por RAFAEL LÓPEZ TORRE

El Restaurant de la Estación

El local más prestigioso de Pontevedra en los años 20 y 30 destacó tanto por su excelente calidad, como por su esmerado servicio

La estación de Pontevedra 
en su aspecto original, con el célebre 
restaurante ocupando el ala derecha.   | // FDV

La estación de Pontevedra en su aspecto original, con el célebre restaurante ocupando el ala derecha. | // FDV / por RAFAEL LÓPEZ TORRE

Joaquín Rodríguez Lourido fue un adinerado emprendedor, propietario de los afamados hoteles Universal y Europa, de Vigo, que a principios del siglo XX se hizo con los restaurantes de las estaciones del ferrocarril en Redondela y Pontevedra. Hasta su fallecimiento en 1936 mantuvo a su nombre la primera concesión, mientras que cedió la segunda a su yerno, Ramón Iglesias Alonso, tras ganarse su reconocimiento por una brillante gestión al frente de dichos hoteles.

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El Restaurant de la Estación / por RAFAEL LÓPEZ TORRE

Mediado el año 1922, Ramón Iglesias anunció su incorporación al Restaurant de la Estación (acabado en “t”), una denominación comercial que sonaba muy bien por su inequívoco acento inglés.

Su estreno a lo grande acaeció el día de la corrida de toros de la Peregrina con “un escogido y selecto menú, acompañado de buen vino, a precios muy rebajados”. Dominguín, Sánchez Mejías y Mariano Montes, abarrotaron el coso de San Roque y el comedor también registró un aspecto imponente. Aquel 13 de agosto, el Restaurant de la Estación inició una trayectoria imparable a base de “cocina excelente” y “servicio inmejorable”, además de buena materia prima. Por otra parte, los banquetes en dependencias propias o instalaciones ajenas constituyeron su gran especialidad.

Tanto en la última etapa de la Monarquía, como después del advenimiento de la República, cuando la sociedad civil adquirió un protagonismo inusitado en esta ciudad, buena parte de las celebraciones más importantes tuvieron lugar allí o fueron servidas en otros amplios salones de entidades diversas, bajo la dirección de Ramón Iglesias y su jefe de comedor, Camilo García.

Desde el rey Alfonso XIII, hasta el jefe del Gobierno, Primo de Rivera, pasando por el teniente general José Cavalcanti, héroe de la Guerra de África, todos los gerifaltes de la Dictadura que visitaron Pontevedra disfrutaron mucho de su buen hacer. No pocos viajeros hacían parada en la Estación de Pontevedra solo por almorzar en su afamado local.

El presidente de la Diputación, Daniel de la Sota, fue un asiduo cliente del Restaurant de la Estación, donde se reunía una vez al mes con los miembros de su Comisión de Gobierno para comentar proyectos y planificar actuaciones. También el alcalde, Mariano Hinojal, se contó entre sus fieles clientes, y encargó en 1925 un exquisito lunch en el salón noble del Ayuntamiento para festejar el primer aniversario de su corporación municipal, de la que formaba parte el propio Ramón Iglesias.

El Restaurant de la Estación fue el único que montó un pabellón para 200 comensales en la finca de Monteporreiro con motivo del I Concurso Regional de Ganados en 1927, que constituyó un gran acontecimiento. Con carácter especial, Ramón Iglesias sirvió al precio de 4,50 pesetas este suculento menú a los visitantes: langosta al salpicón, ternera con legumbres, merluza frita, gallina trufada y jamón, brazo de gitano, frutas y quesos.

El cambio de régimen en España con la llegada de la República no supuso ningún revés ni mermó el ajetreo del local, puesto que atendió por igual a unos que a otros. La ideología de cada cual no estuvo reñida con una merluza del pincho de Marín o una lamprea de Padrón, considerada superior a la del Miño, dos especialidades que perduraron en su sabrosa carta.

Puertas afuera, Ramón Iglesias preparó al final del verano de 1933 en el flamante Círculo Mercantil el banquete de hermandad entre Pontevedra y Ourense. Langosta en salpicón, volovon de pollo, rodaballo frito con ensalada, jamón cocido al huevo hilado y rosbif, amén de frutas, helados, quesos y postres; un menú nada fácil de meterse entre pecho y espalda, en medio de un intenso programa sin respiro para anfitriones e invitados. Aquel histórico 11 de septiembre se dio el nombre de Ourense a la plazita entre la Peregrina y el Parterre, entre el alborozo general.

Y puertas adentro, resultó muy emotivo el agasajo que en 1934 la Asociación de la Prensa de Pontevedra dedicó a Manuel Cabanillas Pérez -padre de Pio- al obtener la licenciatura de Derecho en solo dos años. Los colegas reconocieron su enorme fuerza de voluntad por compaginar trabajo y estudio, sin descuidar su labor periodística. Quizá por ese motivo, don Manuel ejerció como sempiterno presidente hasta su desaparición tras la Guerra Civil.

El Restaurat de la Estación pareció abocado a un cierre irremediable por la muerte prematura de Ramón Iglesias Alonso en 1941. Sin embargo, no ocurrió tal cosa y aún tuvo otra vida gracias al coraje de su señora viuda.

Probablemente en homenaje y recuerdo de su marido, Ramona Rodríguez Martínez asumió el reto de mantener abierto el local tras asegurarse dos apoyos inestimables: por un lado, Ramón Lorenzo Fernández, su último maitre formado allí a la sombra del propietario; y por otro lado, su hija Soledad, quien compartió con su madre el cuidado de toda la logística, mantelería, cristalería, cubertería y menaje en general, sin olvidar la adquisición de buena materia prima en cada lugar de origen.

A partir de entonces, solo los banquetes fuera del local quedaron excluidos de su actividad gastronómica, dado que en aquel tiempo gris tirando a negro, casi nadie estaba para tirar cohetes con almuerzos ostentosos. Pero allí continuó sirviéndose muy bien y dando de comer mejor.

Alguna gente mayor todavía recuerda hoy aquellos dos escaparates, donde lucían piezas magníficas de pescado entremezcladas con algunos mariscos venidos de O Grove.

Nadie que comió o cenó allí ha olvidado aquel elegante comedor que daba al andén, siempre de punta en blanco; ni aquellos camareros elegantemente uniformados con chaquetilla blanca y pantalón negro, su distinguida pajarita negra al cuello de su camisa blanca, formados al igual que los cocineros en la escuela de Soutomaior, antaño cantera inagotable de grandes profesionales.

Finalmente, madre e hija tiraron la toalla, cuando la familia decidió que había llegado la hora de tomarse un merecido descanso. El local quedó entonces a cargo de su fiel Ramón Lorenzo en otros tiempos ya bien distintos a sus lejanos inicios, que acabó con el traslado de la Estación.

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Los veranos en Cuntis

El prestigio ganado por Ramón Iglesias al frente de la gestión del Restaurant de la Estación se convirtió en vox pópuli por doquier, entre las personalidades más relevantes de buen comer y beber, tanto de aquí como de allá. Su fama llegó a oídos de Marcial Campos Fariña, dueño y señor de medio Cuntis, empeñado en prestigiar su hotel-balneario La Virgen. Y éste negoció con aquél un convenio de colaboración en 1923 para encargarse de su comedor durante la temporada veraniega, entre los meses de junio y septiembre. Ramón Iglesias aceptó el reto y se trasladó allí temporalmente para dirigir en persona el servicio y supervisar la cocina. No solo dio bien de comer a toda la clientela, sino que también preparó de vez en cuando meriendas para los excursionistas por los alrededores, con el Pazo de Oca como lugar de visita casi obligada, al tiempo que sirvió algún banquete puntual, como aquel que recibió el potentado Manuel Arca tras su regreso de Cuba. La aceptación fue tan grande que recibió incontables parabienes por parte de una clientela más que satisfecha. Por tal motivo, Marcial Campos renovó su confianza plena en Ramón Iglesias durante los veranos siguientes

Un menú para el dictador

Entremeses, langosta, huevos moles, timbal de pollo, filetes de lenguado, fiambres, silla de ternera; biscuit glacé, tarta emperatriz, vinos y licores variados, champán Viuda de Clicquot, Tres Ríos y cigarros. Este fue el menú extraordinario confeccionado por el Restaurant de la Estación, para servir a los invitados en una ocasión no menos especial: la primera visita oficial a Pontevedra del presidente del Gobierno, general Primo de Rivera, en el verano de 1924. La ciudad preparó un gran recibimiento y lució sus mejores galas. Un centenar aproximado de autoridades e invitados asistieron al banquete encargado por el presidente de la Diputación, Daniel de la Sota, quien no dudó en su elección, como asiduo cliente y buen amigo de propietario del restaurante. El gran banquete se celebró en el salón noble del palacio provincial, y estuvo amenizado por la Banda Municipal. A la hora de los brindis, correspondió a La Sota como anfitrión el ofrecimiento a Primo de Rivera de tan suculento almuerzo, alabando su gestión y agradeciendo la visita a Pontevedra. No hace falta decir que el Restaurant de la Estación y Ramón Iglesias estuvieron a la altura de tan señalada fecha

El juramento de Castelao

Una asamblea celebrada en esta ciudad en julio de 1931 por los comités galleguistas de toda la provincia, de Bueu a Cangas, de A Estrada a O Grove, de Vigo a Pontevedra, sirvió de marco para encomendar a sus diputados la aprobación del Estatuto de Autonomía como tarea inmediata, aunque compartida con una defensa férrea de su propio ideario político. Tras aquella entusiasta cumbre, un centenar de comensales llenaron el Restaurant de la Estación en un banquete de confraternidad, que resultó muy emotivo. Alexandre Bóveda leyó un poema de Ramón Cabanillas. Luego hablaron Álvarez Gallego, Paz Andrade, Núñez Búa y Fernández Mato. Finalmente, tomó la palabra Alfonso Castelao para expresar un solemne compromiso: sin ocultar su emoción, dijo que no tenía valor para matar a nadie, pero juraba que se dejaría matar antes que consentir un ultraje a Galicia. Los entusiastas asistentes se rindieron ante aquella confesión salida del alma y al finalizar la reunión acompañaron a Castelao hasta su domicilio, en un gesto de reconocimiento, entonando el Himno Gallego. Aclamado desde la calle, el artista tuvo que salir al balcón para saludar a sus fervientes correligionarios.

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