En el contexto actual en el que una parte esencial de la acción política está determinada o influida por la necesidad de hacer frente al reto del cambio climático, es pertinente preguntarse: ¿Qué papel van a jugar la pesca y la acuicultura marítima en este contexto político y económico? Sin duda el calentamiento global plantea retos muy importantes, como el del desplazamiento de muchas especies marinas hacia aguas más septentrionales, la posible reducción de la productividad marina debido a la acidificación de las aguas, o la necesidad de descarbonizar un sector hoy enteramente dependiente de los combustibles fósiles.

Pero el cambio climático no solo presenta retos; también implica oportunidades. En particular, existen dos que, demasiado a menudo, no son puestas en valor lo suficiente: los efectos de los sistemas de producción de proteína animal sobre la huella de carbono y sobre la biodiversidad. En ambos casos, la proteína marina tiene una ventaja comparativa respecto a la proteína terrestre.

En los últimos años, se han multiplicado los estudios sobre la huella de carbono producida por diferentes sistemas de producción de proteína animal. Por ejemplo, Peter Scarborough, de la Universidad de Oxford, muestra que la huella de carbono de una dieta de pescado es inferior a la de cualquier dieta carnívora, y apenas unas décimas superior a la de una dieta vegetariana.

Por su parte, un estudio de 2018 de un grupo de científicos norteamericanos y británicos analizó la huella de carbono de 148 tipos diferentes de sistema de producción de proteína animal, acuáticos y terrestres. Los resultados son elocuentes: los sistemas con menor huella de carbono son la producción de moluscos (como el mejillón) y la pesca costera de pequeños peces pelágicos (como la sardina). Y la proteína de origen marino, en promedio, tiene una huella de carbono inferior a la de la proteína animal terrestre.

Nada más lejos de mi intención que denostar la producción de carne roja ni de desaconsejar su consumo, sino de poner de relieve el extraordinario valor que tiene la proteína marina como fuente de alimento no solamente saludable (cuestión ya ampliamente demostrada por los nutricionistas) sino también de menor huella de carbono.

Respecto a la biodiversidad, es evidente que la pesca reduce inevitablemente la biodiversidad marina. Pero la cuestión es: ¿es la agricultura una mejor alternativa? Un estudio reciente de Hilborn y Sinclair (2021) compara la pérdida de biodiversidad marina como resultado de diferentes modalidades de pesca, con la pérdida de biodiversidad causada por la actividad agrícola de zonas de bosque subtropical o savana. Los resultados, de nuevo, son concluyentes: mientras la agricultura produce una pérdida extrema de biodiversidad de casi todos los niveles tróficos del ecosistema (en zonas de cultivo de cereal decrece la biodiversidad más del 90% en todos los niveles salvo para la especie cultivada y para los roedores), en las zonas marinas sometidas a explotación pesquera, la pérdida de biodiversidad marina alcanza el 20 ó 25% en los niveles tróficos superiores, y es prácticamente nula en los niveles tróficos inferiores. En otras palabras, la pesca reduce la biodiversidad marina mucho menos que la agricultura la biodiversidad terrestre.

Cuando las ONG, de manera legítima, denuncian la pérdida de biodiversidad debida a la pesca, quizá debieran fijarse más, por ejemplo, en la pérdida de biodiversidad que supone el cultivo de la soja en Sudamérica, o el del aceite de palma en Indonesia, por citar solo dos ejemplos de cómo bosques tropicales y subtropicales son arrasados y reemplazados por monocultivos de biodiversidad casi nula. La verdadera pérdida de biodiversidad se encuentra ahí, mucho más que en la pesca.

Naturalmente no se trata de criticar la agricultura o la ganadería, sectores de importancia capital en cualquier estrategia para erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Pero cuando la actividad pesquera se enfrenta a la acción combinada de las políticas de conservación de la biodiversidad, de reducción de la huella de carbono, y de la creciente ocupación del espacio marítimo por parte de otras actividades humanas, es esencial no olvidar que la pesca y la acuicultura, reguladas y sostenibles, constituyen una forma de producir proteína animal con un impacto ambiental más reducido que el de la gran mayoría de las formas de producción de proteína animal terrestre. Europa en general, y sus regiones pesqueras en particular, no deberían nunca olvidarlo.

*Experto en gestión pesquera