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Sosa Wagner

Magritte aclara todo

Recetas para no llamarse a engaño

Ha tenido que organizar la baronesa Thyssen una exposición sobre Magritte en su Museo para que al fin los españoles nos podamos aclarar sobre lo que nos pasa.

Convengamos en que nuestra situación era angustiosa, que se sucedían las noticias cada vez más ininteligibles, tan extrañas que la confusión entre la ciudadanía cobraba dimensiones espectaculares.

Oíamos las tertulias en la radio, leíamos los periódicos, nos documentábamos con las nuevas técnicas, hacíamos esfuerzos y poníamos la mejor voluntad pero todo ha sido en vano, cada día que pasaba el galimatías se acrecentaba.

Adviértase la siguiente cadena de despropósitos: el Gobierno nos decía: “Jamás pactaremos con X” y al día siguiente ese mismo Gobierno pactaba en efecto con la tal X. O “jamás daremos un indulto a Y” y, no bien habían pasado unas horas, el ministro del ramo había otorgado ese indulto. También muy celebrada ha sido la proclama: “Bajaremos el precio de la luz” para, a renglón seguido, subirlo aparatosamente con grave erosión de la economía de familias y empresas.

Y por ahí seguido.

Magritte, desde la eternidad artística en la que descansa, nos ha venido a aclarar este gigantesco embrollo.

Mis lectores/as os habrán visto alguna vez su famoso cuadro en el que se ve una pipa. Pues bien, el artista puso debajo: “Esto no es una pipa”.

Parecía una broma, a algunos una tomadura de pelo. No y no. Magritte lo explicó de manera convincente: en efecto –razonaba– lo pintado no era un pipa sino la representación de una pipa. La prueba del nueve consistía en preguntar:

Como era surrealista, su pipa no podía fumarse y por ello no era una pipa sino una representación artística

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–¿Puede usted echar tabaco, encenderlo y fumar apaciblemente con lo que está viendo?

Y no podía porque lo que el espectador veía no es sino óleo sobre un lienzo compuesto de tal forma que simula un objeto. Es pues una simple simulación. Un engaño, un trampantojo.

Si Magritte hubiera puesto debajo de su creación “esto es una pipa” hubiera mentido porque el espectador hubiera albergado la esperanza de encenderla, arrellanarse en un sillón junto a la chimenea y leerse de un tirón los miles de versos de “Os Lusiadas”.

Pero Magritte fue un señor decente y a nadie quiso embaucar.

Como era surrealista, su pipa no podía fumarse y por ello no era una pipa sino una representación artística que, por serlo, está alejada de la realidad.

Si esto lo hubiéramos sabido antes los españoles, ahora no viviríamos en la confusión. Debajo de la foto del Gobierno en la escalinata de la Moncloa debería haberse escrito:

Esto no es un Gobierno.

Si así se hubiera procedido, sin hacer trampas, entonces nadie se hubiera llamado a engaño y todo hubiera quedado claro como el agua clara de los manantiales más puros.

Porque, en efecto, eso no es un Gobierno sino una representación fotográfica que nada tiene que ver con la realidad seria y gubernamental.

Es simplemente una escalinata en cuyos peldaños se acomodan unos maniquíes / maniquías y maniquíos vacuos y vacuas que repiten consignas inanes.

A su vez, esa escalinata tampoco es una escalinata sino ...bla, bla, bla…

¡Honor a Magritte!

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