Es lo que pasa siempre, pero siempre me deja perplejo. Sucede un sinsentido brutal y, alrededor, raudos, aparecen los vendedores. Los tenderetes quedan plantados de inmediato en torno al cráter humeante, al ahogado en la mar, a las niñas asesinadas, y los mercaderes se desgañitan para vender su mercancía. Que si el padre lo hizo por que la mujer se quería llevar a las niñas; que si esto no habría pasado si hubiera cadena perpetua; que si la superestructura social y la madre que nos parió. No han transcurrido ni cinco segundos y, al hedor de la carnaza, ya están picoteando los buitres. Y cada cual a perorar lo suyo, que es lo de siempre, no vaya nadie a experimentar la conmoción sin que los buitres hayan tratado de rentabilizarla.

Creía haberlo visto todo en el vomitorio de las redes sociales, pero entonces he oído en la radio a Irene Montero, que mezclaba el asesinato de las dos niñas a manos de su padre con el caso de Juana Rivas, esa mujer a quien la actual ministra y sus coristas animaron a secuestrar a sus hijos, y que ha ingresado, por ello, en prisión. Ha dicho la ministra que lamenta no haber estado ahí para frenar el asesinato, cuando sí estuvo allá para animar a Rivas a un suicidio judicial, y ha aprovechado de paso para calzar su nauseabundo potaje de ideas vagas, gaseosas, su argumentario, que todo lo explica con una regla de tres. No existe una norma común a la anomalía del asesinato de los hijos. Pero si a esos funcionarios de la propaganda les importase realmente, en vez utilizarlos para colar un mensaje machacante, mirarían el fenómeno de lejos, pacientes. Y sabrían, entonces, que matan a sus hijos los padres y las madres, a veces por separado y otras en comandita, y que lo hacen por los motivos más variados y siniestros, pues no hay un esquema simple para la multiforme maldad.

Me pregunto: ¿hay hechos para los que aceptemos no tener una explicación de antemano, o preferimos vivir en la ilusión de que todo encaja? ¿Acaso no hay prodigios y monstruosidades para los que nadie está puesto sobre aviso? ¿No existe el fenómeno misterioso y terrible que se da sin que 12 millones de pesados hayan terminado de perfilar su argumentario político? Creo que hemos dado la espalda a la novela y es terrible, pues nos hemos entregado a los brazos del panfleto: un papel que te explicará el vuelo caótico de las moscas como si fuera parte de un sistema, y que para todo tiene una solución.