El Celta puso ayer fin a una gran temporada, aupado entre los ocho mejores de la Liga y a un paso de Europa. El admirable final de campeonato protagonizado por el equipo vigués da lustre a un gran trabajo colectivo, lo asienta entre los referentes de la máxima categoría del balompié español en la última década y, a la vez, consolida un modelo de club que se ha convertido en espejo del buen gobierno en medio de las agitadas aguas del fútbol profesional. Un proyecto transversal cuyo eje sobrepasa lo que acontece en el terreno de juego y que apuntala la supervivencia y grandeza de una entidad deportiva que es buque insignia de una ciudad como Vigo y estandarte del fútbol de Galicia.

Instalado en la parte noble de la tabla, el Celta jugará la próxima campaña por décima temporada consecutiva en Primera División –su tercera etapa más longeva en la máxima categoría del fútbol nacional– y lo hará, como desde hace ya tres lustros, guiado de la mano de su presidente Carlos Mouriño, que ha transformado la entidad en una de las sociedades deportivas punteras de este país. Conviene mirar alrededor, no olvidar jamás quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, para valorar en perspectiva como se merece la relevancia de ese histórico registro.

Más aún por haberlo alcanzado convertido de nuevo en el único abanderado no solo de Galicia sino de todo el Oeste peninsular en la élite de este deporte. Basta con trazar una simple línea en el mapa, de arriba hacia abajo, desde Bilbao hasta Sevilla y Cádiz, para apreciar el enorme mérito que supone encumbrarse como exclusivo referente de todo este vasto territorio en la Liga de los grandes.

El Celta marcha con paso firme y sólido. Camina con el horizonte despejado en una época tan convulsa como la que afrontan diferentes clubes del campeonato. Grandes y pequeños. Son tiempos de arenas movedizas para muchos equipos, que atraviesan por dificultades y penurias de todo tipo, que arrastran déficits severos. Son, en muchos casos, derivadas de pasados lastrados por pésimas gestiones económicas y, en otros, de la llegada a los despachos de advenedizos en busca de fortuna y otras componendas en el negocio del fútbol.

El crecimiento del club avala el empaque del proyecto de Mouriño desde su llegada a la presidencia en 2006. En el plano competitivo, superados los avatares de las dos últimas temporadas, en las que in extremis amarró la permanencia con coraje y, también hay que decirlo, algo de la fortuna que otras veces le fue esquiva, el Celta ha vuelto a exhibir su músculo y su talento con la llegada al banquillo del argentino “Chacho” Coudet. El nuevo técnico, sustituto de Óscar García, provocó un espectacular cambio de rumbo que aupó al equipo desde la última plaza a los puestos de cabeza.

Los jugadores del Celta se despiden ayer del público de Balaídos entre aplausos. MARTA G. BREA

El entrenador porteño, que ya de jugador vistió la camiseta celeste, insufló un nuevo aire al equipo sacando lo mejor de cada uno de los jugadores, extrayendo del conjunto la indudable calidad que del mismo se esperaba cuando se configuró. De su mano, el equipo emergió con un fútbol radicalmente distinto, brillante en muchas disputas y, sobre todo, resolutivo. Solo la pandemia privó a la afición de disfrutar en el campo de una escalada vertiginosa. Una remontada que ha tenido como colofón una imponente racha de cinco triunfos consecutivos, el último con la gesta del Camp Nou, interrumpida ayer con la inocua derrota ante el Betis. Tanto es así que, si el arranque hubiese sido similar, el Celta no solo tendría asegurada plaza europea sino que acabaría entre los cinco mejores del campeonato.

La revalorización del plantel con su remontada final sitúa al conjunto vigués en una esperanzadora e ilusionante posición en la rampa de salida del nuevo campeonato que se iniciará el próximo verano. Para entonces es de desear, por fin, la vuelta al reencuentro presencial del equipo con toda su hinchada en Balaídos, robusteciendo esa mágica e indisoluble simbiosis que jugadores y afición han sabido construir en esta década extraordinaria.

A los éxitos del primer equipo hay que sumar la excepcional campaña de su filial, el Celta B, que finalmente se ha quedado a las puertas del ascenso a Segunda División, un ansiado objetivo cada vez más cercano para la cantera celeste. Es ahí donde radica otro de los grandes méritos y valores del club vigués, la apuesta firme y decidida por la base, por cuidarla con esmero, por dar oportunidades a los que empiezan. La moderna Ciudad Deportiva “Afouteza” en desarrollo es todo un espaldarazo a un proyecto de club labrado con el esfuerzo y el trabajo de muchos años y de mucha gente. Unas instalaciones esenciales para seguir trabajando en ese objetivo fundamental de que la cantera pueda seguir surtiendo el día de mañana jugadores al primer equipo, que es el que sostiene todo el entramado deportivo y la propia entidad.

Hace trece años, el Celta entraba en concurso de acreedores, un largo, tortuoso e incierto camino, al que otros equipos se han visto abocados desde entonces con finales indeseados para muchos de ellos. Son en gran parte las secuelas, precisamente, de buscar fuera y con talonario lo que se debe fomentar en la propia casa. Nadie como Mouriño ha padecido ese doloroso deambular. Vivió el descenso a los infiernos y el largo lustro en Segunda. Algunas decisiones erradas y resultados contrarios lo convirtieron en una figura impopular. Pero nunca desfalleció y con su capacidad de gestión y resistencia supo aguantar y superar las más adversas vicisitudes. Su gestión económica volteó la situación, conforme se avanzaba de forma exitosa en el proceso concursal.

En un tiempo récord, él y sus colaboradores lograron sacar al Celta del pozo. Lo emergió de sus cenizas y no solo eso. Tras haber convertido su objetivo de sanear las cuentas en un ejemplo a seguir en todo el fútbol español y consolidarlo en la máxima categoría, el club se hizo por vez primera en su historia con patrimonio. Estrenó su propia sede en Príncipe y erigió la Ciudad Deportiva, sufragadas ambas con fondos de la entidad, propiedades que, además, le aportan fortaleza y le permiten encarar un salto adelante desde la solvencia lograda.

Aquella estrecha relación entre club y Concello que se mantuvo durante años se fue deteriorando con el tiempo

En aquella salida exitosa del severo proceso concursal fue también determinante la ayuda del Concello, que dio todas las facilidades para conseguir el desenlace ansiado por todos. Aquella estrecha relación entre club y Concello que se mantuvo durante años se fue deteriorando con el tiempo por desacuerdos sobre el emplazamiento y el proyecto de la Ciudad Deportiva así como por la reforma de Balaídos hasta el punto de que ahora están lamentablemente rotas en un desencuentro permanente que a ninguna de las partes favorece. El club levantó su “Afouteza” en Mos mientras Concello y Diputación siguen adelante con la reforma integral del viejo y deteriorado estadio municipal de Balaídos, un proyecto de decenas de millones que ninguna institución hasta entonces se comprometió a financiar y llevar a cabo.

Con el fin de temporada se abre un corto paréntesis para empezar a planificar ya la siguiente. Los cimientos económicos puestos apuntalan la estrategia deportiva, unidos ambos bajo el ideario de incorporar refuerzos de calidad sin abandonar los principios básicos de la cantera. Todo ello de la mano además de una masa social que también ha sabido aportar la serenidad y el empuje necesario, una afición renovada generacionalmente, que siempre ha estado al lado del equipo de manera inquebrantable

Ahora es momento de brindar por el buen final de Liga que coloca al Celta entre los grandes de España pese a la diferencia de jerarquía de los planteles. Lo es de celebrar el éxito, de felicitar a quienes lo han hecho posible y a todo el celtismo en general. Es importante lo que se ha hecho y cómo se ha hecho y enmarcarlo en ese proyecto de ilusión hacia el futuro. Faltan exactamente dos años y tres meses para festejar el primer centenario del Celta. El futuro es nítido; el camino, despejado. Ojalá lo conseguido sea el mejor aval para alcanzar un porvenir deportivo si cabe más ambicioso.