En una campaña se pueden decir o hacer barbaridades para destruir la reputación del adversario. Recordemos aquel vídeo ideado por el equipo de Lyndon Johnson en el que aparecía una niña deshojando una margarita hasta que se produce una explosión nuclear. “O nos queremos o nos moriremos todos”, decía el presidente. No hacía falta que apareciera el nombre de Barry Goldwater, a quien iba dirigido el ataque propagandístico, para que los espectadores entendieran el mensaje. Sin embargo, el tono de aquella disputa electoral pudo haber sido bien distinto. Barry Goldwater (republicano) y John Fitzgerald Kennedy (demócrata) habían hablado sobre la posibilidad de recorrer juntos todo el país discutiendo sobre los asuntos que más preocupaban a los ciudadanos.

El plan se inspiraba en los debates que mantuvieron Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas en 1858, cuando ambos compitieron en Illinois por un puesto en el Senado. Una de las intervenciones de Douglas, al ser este último interrumpido por una prolongada ovación, puede generar hoy una lectura melancólica: “Mis amigos, el silencio sería mucho más aceptable para mí en la discusión de estas cuestiones que el aplauso. Pretendo apelar a vuestro juicio, a vuestra comprensión y a vuestras conciencias, no a vuestras pasiones y a vuestros entusiasmos”. Pero el sueño de Golwater y Kennedy se frustró con el asesinato del segundo. Algunos piensan que el acontecimiento habría transformado radicalmente la política estadounidense contemporánea. ¿Sería posible algo así en España?

Luego, una vez retirados los carteles, suelen matizar las declaraciones con los periodistas mientras repasan las hemerotecas

Sabemos que, durante las campañas, los candidatos suelen pasarse de frenada. Luego, una vez retirados los carteles, suelen matizar las declaraciones con los periodistas mientras repasan las hemerotecas, cuando no lo atribuyen directamente al periodo electoral, en el cual las mentiras y las injurias parecen permitirse por un tiempo como los crímenes en La Purga. No sabemos qué dirán los representantes de los partidos políticos que se presentan a las elecciones en la Comunidad de Madrid cuando se conozcan los resultados. Se ha hablado tanto de comunismo y de fascismo, se ha manoseado tanto la palabra libertad, que ya no queda épica que replicar. Pero las campañas tienen consecuencias. Hace unos días, los líderes juveniles del PP y del PSOE quisieron demostrar en público que uno puede debatir respetuosamente con el adversario. Fue un fenómeno viral. Nos podemos imaginar lo qué sucedería si se plantearan recorrer juntos el país para discutir sobre los problemas que más preocupan a los ciudadanos. El negocio del odio es mucho más rentable. Aunque sea a costa de erosionar la convivencia. Lo pagan, como siempre, quienes vienen detrás.