No tendría mayor interés historiar la muerte repentina de alguien, ya que es algo que se repite con cierta frecuencia y no deja tras de sí más que la mayor o menor sorpresa de quienes descubren el cadáver o de las personas más allegadas que sufren la pérdida de un ser querido, si el documento que nos la da a conocer no ofreciera algunas curiosidades, que son un poco la razón de estas historias menores, sobre el personaje y las circunstancias de la misma.

En el Archivo de la Catedral de Ourense (Caja 350/3) se conserva un pequeño expediente del año 1847 titulado: “Procedimiento instruido de oficio por la muerte repentina de Fray Santiago Domínguez, religioso del Orden de San Francisco, esclaustrado del convento de esta ciudad y sacristán de Santa Eufemia del Centro de la misma, acaecida en dicha Iglesia la tarde o noche del 29 de agosto”.

Es decir se trata de uno de los frailes a quien la exclaustración liberal expulsó de su convento y como tantos hubo de pasar bastantes penalidades y buscar un acomodo para poder seguir viviendo. Al no ser sacerdote no pudo como otros obtener un curato o beneficio y al menos encontró el ser sacristán de esta parroquia que desde la Expulsión de los Jesuitas se ubicó en la entonces inacabada iglesia de la Compañía, con el título de Santa Eufemia y que tras dividirse en dos por estos años se le llamó del Centro y a la otra del Norte.

La muerta repentina y estando solo en la propia iglesia abría las dudas de que pudiese haber sido asesinato y por ello se abren las pertinentes diligencias, que nos acercan a aspectos curiosos de un acontecimiento que desde luego sería comentario aquellos días entre las gentes de la feligresía y de todo Ourense que entonces era ciudad pequeña y tranquila.

Sigamos las diversas fases del expediente y dejemos que la minuciosa descripción de los hechos, propia del género forense, nos recree con todo lujo de detalles la pobreza del exclaustrado lego, la actuación de los facultativos, la determinación de la justicia.

Un cadáver en Santa Eufemia

El documento comienza con el auto del juez: “En la ciudad de Orense, a treinta de agosto de 1847. El Lcdo. D. José Arias Ulloa, juez de primera instancia de la misma y su partido por ante mi escribano de número dijo: Que a esta ora seis y media de la mañana acaban de presentársele Don Manuel Rosendo Rivera Abad de Santa Eufemia del Centro, Don Juan Antonio Rajo, su capellán y Valentín Dominguez, manifestando que en el tránsito que media desde la Iglesia a la sacristía del mismo Santa Eufemia se halla al parecer el cadáver del sacristán Dn Fray Santiago Dominguez, religioso lego exclaustrado del orden de San Francisco, hermano del Valentín y para que pueda tener efecto el reconocimiento del cadáver ofíciese inmediatamente a los profesores de medicina y cirugía Dr D, Juan José Cañizo Villamil y Dn Manuel González: practicado que sea y resultando hallarse realmente muerto trasládese a la Iglesia de la tercera Orden como más inmediata al cementerio general y echo se acordará lo que corresponda”

Con todo lujo de detalles

Pasados los oficios a los facultativos el escribano extendió el siguiente minucioso certificado: “En la ciudad de Orense a los mismos treinta de agosto de 1847 el Sr Juez asistido del alguacil Don Benito Conde, de los profesores de medicina y cirugía Dr D. Juan José Cañizo Villamil y Don Manuel González, de mi escribano y testigos se constituyó a la puerta de la Iglesia de Santa Eufemia del Centro y abierta por el capellán Don Juan Antonio Rajo se introdujo en ella de la que se pasó a la sacristía y en el tránsito que media entre una y otra a los veinte pasos de distancia desde la Puerta que de la referida Iglesia da entrada a dicho tránsito se halló tendido en el suelo en posición de cúbito dorsal con la cabeza apoyada en la pared medianil del solar plantilla o respaldo de la Iglesia y los pies hacia la sacristía, arrimado a la punta de un banco, un hombre de estatura corta como de cuarenta años de edad, cerrado de barba, faltoso de pelo y con peluca, vestido con pantalón y chaqueta de paño castaño, chaleco de paño negro, camisa y cabroncillo de estopilla, medias de hilo blanco con los pies de lana negra, en los bolsillos de la chaqueta y chaleco tenía un gorro de seda negro muy viejo, un pañuelo de algodón cruzado también viejo, un rosario con cruz de hueso y las cuentas de madera, un alfilitero de palo de rosa con algunos alfileres y ahujas, un dedal de hierro, una navaja, un eslavón, una piedra de chispa y cuatro mrs. o un cuarto; se trasladó con mucho cuidado a la sacristía y reconoció escrupulosamente por los profesores de medicina y cirugía que quedan expresados, dijeron que por las señales que manifestarán está realmente muerto, habiendo acaecido este estado lo menos doce horas antes, pues así lo demuestra la frialdad de todos los miembros, su rigidez y los ojos empañados con la pupila bastante dilatada, teniendo estos abiertos; inspeccionado con la mayor detención su hábito exterior no presenta lesión alguna que demuestre haber sido muerto violentamente, ni menos manchas ni otros signos por los que se sospeche hubiera sido envenenado, ante bien todo el cuerpo se halla en su estado natural, conservando con muy poca diferencia la expresión que le acompañaba durante la vida y solo por algunos signos exteriores citados y de la postura en que se halló el cadáver y ya por tener la mano derecha violentamente cerrada y colocada sobre el vientre, la boca abierta, la pupila dilatada y el semblante un poco abotargado, debió sucumbir de una apoplejía fulminante, atacándole esta enfermedad estando de rodillas como lo demuestra la derecha que quedó en genuflexión o doblada y el tener las rodilleras del pantalón señaladas con el polvo, por lo cual creen que con estos datos no sea necesario hacer la autopsia del cadáver. Y para que conste se pone por diligencia que firma el Sr. Juez, facultativos, capellán y alguacil de que yo escribano doy fe.”

Luego se procedió a la identificación del cadáver por parte de José Rodríguez Robleda, Pedro Blas y Tomás Núñez, vecinos de Ourense que sin la menor duda aseguraron ser el ex fraile Fray Santiago DomÍnguez.

A continuación el juez dispuso el traslado a la Iglesia de San Francisco en el ataúd de la parroquia (Sólo los muy ricos usaban ataúd propio) en medio de cuatro hombres quedando custodiado por guardas.

Se pasó el oficio al fiscal, Don José Espada Novoa, con urgencia suspendiéndose entre tanto la inhumación del cadáver. (Era verano y por tanto todo se debería hacer con prontitud) y una vez enterado, pidió que los facultativos corroborasen la muerte por apoplejía

Y ya el día 31 de agosto el juez mandó se le diese sepultura.

Así es de sencilla esta historia de un hombre piadoso, al que la muerte debió de sorprender rezando como se deduce de la declaración facultativa y a quien se acaba llevando a la iglesia de la que fue expulsado como un providencial forma de volver a su casa.

Partida de defunción

Como complemento de esta historia menor transcribimos la partida de defunción tal como se halla asentada en el Libro de Difuntos de la parroquia de Santa Eufemia la Real del Centro (AHDOURENSE 30.9.23 fol 236)

“Fr. Santiago Domínguez. En treinta de agosto de mil ochocientos cuarenta y siete ha sido hallado muerto en el tránsito de la Iglesia de Santa Eufemia del Centro de esta ciudad a la sacristía de la misma de natural enfermedad o accidente, según reconocimiento de la autoridad y facultativos, y en dos del mismo (equivocación por dos de septiembre) se le dio sepultura eclesiástica de orden de la misma autoridad con solo el oficio de ella por no haber sido avisado a ello y en tres el mismo se le tuvo el auto de entierro según dispuso su hermano Valentín y al que había instituido por cumplidor en el testamento que había otorgado por ante el escribano público vecino de esta ciudad Don José Alvarado con fecha de nueve de abril de mil ochocientos cuarenta y cuatro, al mismo que instituyó por su heredero de la mitad de lo remanente de pagadas sus deudas y de satisfechas veinte misas que manda se apliquen por su ánima y dos votivas al Sto Cristo una y a Nuestra Señora de los Remedios la otra en sus respectivas capillas y tenerle el auto de entierro y honras con doce sacerdotes; pues de la otra mitad quiere se le invierta en sufragios por su alma y para que conste lo firmo. Manuel Rosendo Rivera”

(*) Canónigo archivero