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Camilo José Cela Conde.

Investigadores

La sacudida del COVID-19 nos ha llevado a una carrera insólita en busca de respuestas inmunológicas quemando etapas, forzando tiempos y logrando, así, contar con las vacunas de que disponemos hoy. Un éxito gigantesco. Pero lo que debería llamarnos más la atención es la respuesta de nuestro país a ese desafío. Según resalta uno de los diarios madrileños de mayor difusión, los tres científicos que lideran las vacunas más avanzadas del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) están jubilados y cuentan con equipos formados, en su mayoría, por investigadores con contratos inestables. Así es como se llevan a cabo las tareas científicas en nuestro país, incluyendo la más crucial de todas porque nos va la vida en ella: con medios precarios y chapuzas forzadas por una burocracia absurda. Desde la primera ley de reforma universitaria, la de Maravall de 1983, todos los ministros del ramo han asegurado que desenredarían esas ataduras, apostando por la estabilidad y la excelencia tanto investigadora como docente. Ninguno lo ha hecho, por más que el camino para lograrlo está claro porque los países que lideran la investigación médica y no médica hace mucho tiempo que han dado ejemplo. Bastaría con seguirlo.

"Los tres científicos que lideran las vacunas más avanzadas del CSIC están jubilados y cuentan con equipos con contratos inestables"

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Que un equipo implicado en trabajos de importancia estratégica tenga que depender de contratos temporales sin garantías de renovación pone de manifiesto la incompetencia de los ministerios de los que depende la investigación. Clama al cielo tanto como que en España se siga jubilando a quienes son líderes en la ciencia en todo el mundo, a una edad establecida por razones no sé yo si políticas o gremiales, pero sin duda no científicas. En los Estados Unidos la jubilación es voluntaria y, solo con ese requisito tan fácil de establecer, se aseguran de que los laboratorios de mayor éxito tengan garantizada su continuidad. Pero aquí nos limitamos a regalar la etiqueta de emérito a quien se encuentra en el mejor momento de su labor investigadora antes de impedirle trabajar en las condiciones de antes. Para mayor inri, abundan los estatutos universitarios que prohíben al profesor emérito el formar parte de un proyecto como investigador principal.

Por suerte, el CSIC se ha saltado a la torera las normas y gracias a ello las vacunas españolas, que se encuentran entre las más prometedoras, siguen adelante contra viento, marea y gabinetes de Gobierno; pero cuando la pandemia pase, si es que pasa, nos olvidaremos de lo sucedido y volveremos a lo de antes. Total, que inventen ellos, como dictó el prócer. Así que, siguiendo ese consejo me apoderaré de las palabras dichas por el director del grupo de Neurovirología de la Universidad Autónoma de Madrid: “Circula la leyenda urbana de que existe un ministro de Universidades, pero yo no lo he visto. El de Ciencia sí que aparece algunas veces diciendo cosas, la mayoría poco acertadas”.

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