Opinión | El trasluz
Nuestros abuelos
El ‘Perseverance’ pesa mil kilos y tiene un generador de 45. Ese robot de aluminio y titanio, entre otros materiales, se pasea ahora mismo por el lecho formado por una antigua masa de agua. Ahí lo tienen, a cuatrocientos cincuenta millones de kilómetros de nosotros, trabajando en medio de una soledad marciana. Trato de imaginármelo desde mi soledad terrícola. Estamos solos el ‘Perseverance’ y yo. El grumo de inteligencia artificial que lo conduce se parece al kilo y medio de masa gris de mi cerebro. La diferencia es que su grumo no tiene dentro un yo y el mío sí. El yo es un producto de la complejidad. Hay animales en los que está a punto de aparecer. “A punto” no quiere decir dentro de un cuarto de hora, pero sí quizá dentro de mil años. El ordenador del ‘Perseverance’ se pasa el día y la noche marcianos haciendo operaciones de alto voltaje. No sería raro, pues, que en la oscuridad de ese procesador estuviera formándose un yo embrionario, precursor de la autoconsciencia.
Elijo ese momento porque mi yo carece de las habilidades sociales del resto de los yoes conocidos
Entre tanto, su brazo artificial toma muestras del lecho del antiguo lago, las analiza y envía sus resultados a la Tierra. Yo, que estoy paseando por el parque cercano a mi casa, tomo en este momento una hoja seca del suelo, la sostengo entre mis dedos, la miro atentamente y no obtengo de ella información alguna. No sabe hablarme porque no sé preguntarle. No negaré que obtengo, de dicha observación, cierto grado de placer estético, pues las hojas muertas son con frecuencia más bellas que las vivas. ¿Pero a quién le sirve ese placer? Le sirve a mi yo, que es pobre en experiencias, que es un yo frágil, un yo al que saco a pasear a primera hora de la mañana, cuando todo está vacío. Elijo ese momento porque mi yo carece de las habilidades sociales del resto de los yoes conocidos.
Leo que, hace tres mil quinientos millones de años, Marte era un planeta tan habitable como la Tierra. Imagino, pues, que habría parques como este por el que ahora paseo a mi yo como otros pasean a su perro (hay perros con más yo que sus dueños). Quizá los habitantes de aquel Marte de entonces fabricaron un ‘Perseverance’ que enviaron a la Tierra. Tal vez en esa nave vinieron nuestros abuelos.
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