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Javier Fraiz

ME LO REPITE

Javier Fraiz

Del otro lado

Del otro lado

Saco una foto con el móvil que no hace justicia al sabor, al olor ni a la importancia más sentimental que organoléptica de estas croquetas, que conservo en el congelador para ayudar a que lo que significan siga intacto. Cada diez o quince días, cocino un paquetito de los que mis padres me envían desde su casa del confinamiento, a veinte minutos de la ciudad. Una distancia que, en las sucesivas olas de contagios, ha sido en realidad de varios meses.

En tiempos como los que vivimos da cierta vergüenza lamentarse de este distanciamiento temporal, pero es que también es una pérdida mientras dura. El ser humano que llora solo llora por sí mismo, escribe Javier Peña en su novela Infelices.

Cuesta acostumbrarse a que mantener la distancia es más sano que verse; cuesta asumir la imposibilidad de estar con la mascarilla con tus seres queridos porque un muro invisible en el perímetro del municipio te cierra el paso, como la cúpula de la novela de Stephen King.

Tratamos de salvaguardar la salud física mediante las restricciones, que como sociedad debemos respetar. Yo, con las croquetas de mis padres, pretendo aliviar también –aunque sea un poco– el padecimiento emocional.

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