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Joaquín Rábago.

Burocracia y cicatería

Sólo ahora nos damos cuenta del efecto negativo que la cicatería de algunos países y la ya famosa burocracia de Bruselas están teniendo en la producción de las vacunas necesarias contra la actual pandemia.

Algunos gobiernos –se dice que sobre todo del Este del continente– no parecieron ver la conveniencia de gastar lo que hiciera falta en las vacunas y querían convencerse antes de la utilidad de tal dispendio.

Naturalmente, esas resistencias retardaron el proceso de toma de decisiones en una Unión Europea en la que ésas han de ser colectivas, y las consecuencias las estamos pagando ahora todos tanto en morbilidad y mortalidad, como en la economía.

Es cierto que, como señala Sierk Poetting, directivo de Biontech (1), no le habría servido de mucho a ese laboratorio en la fase inicial del proceso disponer de más fondos porque lo importante era entonces montar el proceso de producción a gran escala.

Los cincuenta millones de dosis que produjo Biontech el año pasado eran el máximo posible, admite Poetting, según el cual ni con mucho más dinero o más colaboradores habría podido acelerarse ese proceso.

Ahora, sin embargo, hace falta una red de socios estratégicos con diversos centros de producción en Europa para acelerar el suministro de vacunas sin tener que depender, por ejemplo, de Estados Unidos, como ha tenido que hacer Biontech al aliarse con Pfizer.

El expresidente estadounidense Donald Trump firmó en su día una orden ejecutiva, todavía en vigor bajo la nueva administración, que prácticamente dice que para las vacunas que se producen allí tendrán absoluta prioridad los ciudadanos norteamericanos. A lo que suma la Ley de Producción de Defensa, que establece que en la producción de determinadas substancias tendrán siempre un trato de favor las empresas estadounidenses.

El actual cuello de botella está actualmente, según Biontech, en dos moléculas sintéticas: de poder disponer de sólo 250 gramos más, podrían fabricarse hasta un millón más de dosis de esa vacuna. Pero mañana, el problema podría estar en otra parte.

Lo que en su momento quiso ahorrar una UE no demasiado dada a asumir riesgos, lo sufrimos ahora no sólo en muertes y gasto sanitario, sino también en pérdidas económicas y desempleo. Se calcula que la pandemia cuesta mensualmente a la economía mundial 420.000 millones de euros.

Muchos se preguntan hoy por qué no se invirtió mucho más en el desarrollo de capacidades de producción para las distintas vacunas que estaban en estudio porque, incluso si terminasen sobrando muchas en Europa, Bruselas podría proporcionárselas a muchos países pobres hoy prácticamente desabastecidos.

Como señala Clemens Fuest, presidente del Instituto de Investigaciones Económicas de Múnich, cada dosis que llega tres meses antes puede representar para la sociedad un ahorro de cientos de euros.

Otros economistas consideran que no se debe fiarlo todo a los estímulos del mercado y que, dada la gravedad de la pandemia, habría que organizar la producción de vacunas casi como si estuviésemos en una economía de guerra.

Y en el caso de los países en desarrollo, algunos proponen ya liberar las patentes de las vacunas, es decir suspender la protección intelectual que otorgan las licencias, de forma que puedan fabricarlas a costo muy reducido otros laboratorios.

Es una propuesta que tiene pleno sentido, aunque a ella se opongan los gobiernos de los países con importante industria farmacéutica –los de Europa, EE UU, Canadá o Japón– porque no el mundo no se librará de la pandemia mientras haya poblaciones sin vacunar.

(1) Declaraciones a ‘Der Spiegel’

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