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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Imitamos a Portugal a medias

Antonio Costa y Rebelo de Sousa

Salvo algunos gallegos, que por algo son portugueses expatriados al norte del Miño, pocos se habrán enterado de que nuestros amables vecinos de la franja atlántica acaban de elegir a su presidente de la República. Nada que ver, lógicamente, con la atención que se prestó al combate entre Donald Trump y Joe Biden por la jefatura del imperio. Portugal solo les queda cerca a los españoles en la geografía, por lo que se ve.

Tampoco hay porqué sorprenderse. Aquí somos más de mirar a lo que sucede en Francia y, por supuesto, en USA. Por la misma o parecida razón, los franceses no suelen atender gran cosa a los asuntos de España, excepto que se produzca alguna guerra civil o tumulto similar. Y otro tanto ocurre con los americanos, a pesar de que fue Norteamérica el último país con el que estuvimos en guerra oficialmente declarada, allá a finales del siglo XIX.

El caso es que, en plena pandemia y con la ciudadanía sometida a confinamiento, los portugueses han vuelto a elegir Jefe de Estado al muy popular Marcelo Rebelo de Sousa. Un político de derecha civilizada y liberal que ejerce de contrapeso al Gobierno de izquierda del primer ministro António Costa, que a su vez es un socialdemócrata apoyado desde la barrera del Parlamento por comunistas y ecologistas.

Esa fórmula dual les ha funcionado estupendamente a nuestros vecinos, aunque ahora sufran como toda Europa el descalabro provocado por el virus de la corona. El Jefe del Estado y el presidente del Gobierno mantienen cordiales relaciones, a pesar de sus diferencias ideológicas; y ese ejemplo de pragmatismo lo han trasladado a la gobernación de Portugal.

Lejos de aplicar un programa radical como el que se suponía a un Gobierno de rojos, el Ejecutivo de Costa redujo el déficit, bajó algunos impuestos, aceleró el pago de la deuda y, como consecuencia de todo ello, se ganó los elogios de la Unión Europea y el FMI. Todo ello permitió al primer ministro la mejora de las prestaciones sociales a la vez que reducía sustancialmente el paro.

Quizá en la España marcada, una vez más, por el signo de Caín, no se entienda muy bien el comportamiento electoral de los portugueses. Votan, como acaban de hacerlo, por un presidente conservador de la República, pero también -cuando toca- a la izquierda que dirige el Gobierno. Quizá así se aseguren de que nadie mande demasiado.

Nada más congruente que ese comportamiento con el de un país singular en el que la gente habla bajito, la democracia la trajeron los militares y no hay costumbre de insultar al vecino por sus diferentes opiniones políticas. En vez de votar a piñón fijo y por razones casi hereditarias, los portugueses reparten sus preferencias entre derecha e izquierda para que ninguna de las dos se pase de frenada.

Conforta, si acaso, saber que Pedro Sánchez buscó inspiración años atrás en la fórmula portuguesa de Gobierno, aunque en España la haya aplicado de manera diferente al incluir en el Consejo de Ministros a alguno de sus aliados. Cierto es que aquí no podemos elegir en votación directa al Jefe del Estado, por obvias razones de régimen; y acaso sea eso, junto al distinto sistema electoral, lo que limite nuestra capacidad de ser políticamente portugueses a tiempo completo. Aun así, no hay que perder la esperanza de que acabemos imitándolos. Salvo en lo de hablar bajo, claro.

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