Puedo imaginar esta conversación entre los miembros de una familia de jabalíes (ahora llamados suidos), mientras pasean a medianoche tranquilamente por una barriada de una ciudad vacía por el toque de queda. “¿Se han ido los invasores, mami?” –dice a mamá-jabalí uno de los jabatos. “No se les ve, pero no te fíes, niño, se oye su gorjeo en las colmenas; tu hoza y calla”. Otro de los jabatos mira al padre, para ver qué opina. “Parecía también que no había nadie cuando de joven recibí un tiro de uno; no son de fiar, mira lo que han hecho con los primos cerdos, que son tan suidos como nosotros” –dice papá. “Aunque algo les pasa –apunta mamá entre gruñido y gruñido mientras hoza un parterre”– puede que se estén retirando”. “Mejor no hacerse ilusiones, hay invasores para rato, pero este parque no estaba mal para nosotros, ¿no te parece?” –dice papá mirando con ternura a su hembra.
