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Ceferino de Blas.

De Carballo a Carvalho

Decía un conocido que si pagasen por leer, él habría sido un lector incansable. Era lo que más le gustaba en la vida. Tal vez Ricardo Carballo Calero suscribiría ese pensamiento, porque fue un ávido lector.

Lo demuestra en el artículo que apareció en este periódico en 1963, titulado “Jasmín, Rosalía y Juan Ramón”, en el que glosaba la prosa de Juan Ramón Jiménez “los idilios de Nerac”, uno de los pocos topónimos que utilizó. Al hablar el Nobel de esa ciudad francesa describía que tenía tres ídolos, el rey Enrique IV, Florecita, la hija del jardinero y amante del monarca, y Santiago Jasmín, un poeta campesino que le recordaba a Rosalía. A él, tan rosaliano, también.

Carballo leyó infinidad de libros y autores, pero no se conformó con la lectura, sino que volcó la sapiencia adquirida en variados géneros e historió la literatura gallega. Todas sus publicaciones contenían tanta calidad que su biógrafa, la profesora Pilar García Negro, afirma “que de su obra podía reeditarse todo”.

Entre otros dominios, Carballo Calero poseyó el don de la opinión, por eso fue un maestro en el arte del articulismo, que en los años sesenta primaba entre los géneros periodísticos, y los articulistas eran los autores más respetados.

Este periódico siempre lo ha cultivado, y hasta llegó a subtitularse por un breve tiempo “periódico literario”. Lo atestigua la vasta nómina de firmas que tuvo, pero en los años sesenta logró reunir a los mejores.

La llegada a la dirección de Manuel Cerezales, uno de los críticos literarios de más prestigio del país, consiguió que la última página del diario, donde aparecía la opinión, despuntase entre las mejores de la prensa española.

Eran artículos preferentemente literarios, aunque de vez en cuando se colase a los censores alguno comprometido. Había autores, maestros del lenguaje, que conseguían hacer interesantes cuestiones incluso intrascendentes. Tampoco faltaban los asuntos profundos, del que es ejemplo el artículo, casi un ensayo, que García Sabell dedicó al libro “Sobre la esencia”, de Xavier Zubiri. Un texto que “encierra una nueva filosofía, una nueva manera de ver y considerar la realidad”.

Entonces existía el gusto por la lectura, tanto por el fondo como por la forma de expresión, por eso se cotizaban los columnistas.

Junto a los “Envés” de Cunqueiro aparecían las prosas de Miguel Delibes, Manuel Alcántara, Carmen Laforet o José Pla. De los gallegos sobresalían Otero Pedrayo, Vicente Risco, Salvador Lorenzana, Paz Andrade, JM Castroviejo, Celso Emilio Ferreiro y Torrente Ballester.

Codearse con ese elenco de la excelencia suponía ser de los mejores, y Carballo Calero lo era. Son varios los artículos que publicó, en un tiempo en que todavía su nombre seguía bajo sospecha, por haber sido fiel a la República, lo que le costó unos años de prisión y bastantes más de ostracismo obligado.

Aunque ya era académico de la gallega, aún no podía aspirar a una oposición pública, como hará años después, cuando en 1972 consigue la cátedra de Galego de la Universidad de Compostela.

Llegó al Faro en la página de “Letras”, que timoneaba su amigo Fernández del Riego, con el que se carteaba desde que estaba en la cárcel, y donde publicará una decena de artículos entre 1962 y 1964. Los alternará con los de “Última”.

Todos tienen un toque intelectual y una pequeña historia que contar que engancha al lector. Normalmente, dedicados a algún personaje o cita culta. Son piezas breves que ennoblecen su obra.

Abundan los actores del Día das Letras Galegas que han dejado alguna o muchas muestras de su talento en estas páginas. El ferrolano Carballo Calero, protagonista de este año, no podía ser menos. No hace falta enfrascarse en alguna de sus grandes obras, basta con acercarse a sus artículos para percatarse de que merecía recibir este homenaje, sólo reservado a los mejores.

P. S. Todos sus artículos de Faro están escritos en castellano, y con su apellido castellanizado. Ricardo Carballo galleguiza su apellido, Carvalho, en 1981, cuando comienza a escribir en gallego. Se diferencia de su amigo Fernández del Riego, que recobró su nombre de pila cuando escribió en gallego, mientras que en castellano lo hizo con el pseudónimo de Salvador Lorenzana.

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