Poner en pie una comunidad moderna, con unos servicios públicos avanzados. Contar con una administración eficiente y resolutiva, la mejor que podamos pagar con nuestros impuestos, y un sistema educativo de mérito, que no regale aprobados. Atraer a empresas punteras que generen empleos estables y de calidad como cimiento de una nueva economía sostenible y autosuficiente que sufrague un estado del bienestar potente. Eso se juega Galicia en esta encrucijada en la que coinciden una pandemia que trastoca la vida, una imparable revolución productiva basada en industrias limpias y unos presupuestos estatales y autonómicos llamados a sentar los pilares de un nuevo tiempo. La salud es primordial, nadie lo cuestiona. Pero las personas sanas también mueren de hambre si se hunde la economía.

A Galicia no va a rescatarla nadie salvo los propios gallegos. La transferencia de generosas cantidades del dinero de los fondos europeos, que permitieron entre otras la puesta en marcha de infraestructuras vitales, no serán eternas. Y fiarlo todo a las ayudas estatales resulta una quimera. Las victimistas dentelladas territoriales por cada euro que vuela complican a una comunidad del peso de la nuestra, gravemente afectada por la regresión demográfica y el envejecimiento, luchar incluso por lo justo. No se trata de pedir más sino de no recibir menos de lo que en justicia le corresponde. Por eso es apremiante hacer la economía gallega más competitiva de lo que lo ha sido hasta ahora. Los jóvenes, damnificados como nadie en la debacle, pagan sin comerlo ni beberlo el precio de un desempleo descomunal.

"Los jóvenes, damnificados como nadie en la debacle, pagan sin comerlo ni beberlo el precio de un desempleo descomunal"

Lo urgente, luchar contra un virus desbocado, amenaza con orillar lo imprescindible: garantizar un porvenir en equidad para cada uno de los ciudadanos. Si la salida de esta endiabla crisis llega a varias velocidades, Galicia necesita incorporarse en la recuperación al pelotón de cabeza. Para eso resulta imprescindible contar con unos presupuestos realistas, ponderados en la inversión, que aprovechen esta ocasión histórica para acometer las reformas pendientes largamente esperadas.

Las cuentas estatales en trámite son insuficientes para las necesidades del territorio a expensas de que se concreten en firme. La inversión prevista del Estado en la comunidad se queda en 832,24 millones, un 11% menos que en el último ejercicio, frente a los 2.000 millones de Cataluña o Andalucía, con alzas de casi el 50%. De las 17 autonomías, solo Galicia, con la cifra más baja de los últimos quince años, y otras cuatro ven recortados sus números con respecto al presupuesto en vigor. Lo justifica la ministra Montero por la conclusión de las obras del AVE a la Meseta, que nunca estará completa sin la conexión directa a Vigo, pero se olvida de la deuda histórica acumulada y de esa lista de infraestructuras pendientes para paliar su situación de desventaja respecto a otras áreas, como la mediterránea. También ha decidido reducir el volumen de ayudas a Galicia en el reparto de las europeas para 2021, de momento solo 250 millones preasignados, lo que sitúa a la comunidad como la sexta en el ranking autonómico. Queda por ver, igualmente, cuando se concreten el alcance de las cuentas autonómicas.

A primera vista en los presupuestos del Estado, en los propósitos para su elaboración domina lo cuantitativo sobre lo transformador. Cuadrar unos presupuestos a la altura de las circunstancias no consiste en sustituir los fondos de los que carecen España y Galicia por los que regala Europa y más deuda para engordar partidas o engrasar clanes clientelares. Sin apuestas claras no habrá cambios estructurales.

La dureza extrema de dos recesiones consecutivas, encadenadas sin tiempo a restañar heridas, ha puesto el acento en subsidios y prestaciones. Paradójicamente, los capítulos ajenos a este epígrafe, relativos a infraestructuras, investigación y cultura, vienen cayendo mucho más que los sociales, incluidas las pensiones. Crear riqueza para repartir sigue siendo condición indispensable para atajar la desigualdad.

La prosperidad llega estimulando la economía, no camuflando los desajustes con dádivas. La ciencia ha pasado con la emergencia sanitaria a primer plano y constituye una de esas elecciones ineludibles para regenerar el país y la región. Con los confinamientos y las restricciones, la tecnología estuvo presente como nunca en nuestras vidas. Por fin comprendemos la importancia de contar, por ejemplo, con redes avanzadas de telecomunicaciones y una investigación de vanguardia que nos proteja frente a lo desconocido. Pero la innovación es cosa siempre sacrificada. Solo figura de boquilla entre las verdaderas prioridades. Es esencial diseñar la estructura del proyecto común que esta tierra necesita ante un horizonte incierto. Atraer el talento, sacrificarse con tesón en el estudio, mantener la constancia sin triunfalismo, buscar denodadamente el conocimiento y abrirse sin prejuicios a colaborar conforman las piezas de un mecano con las que también se armaría otra política.

Galicia cuenta con capital humano de primera, números uno en sus campos y potencialidades sobre las que volcarse: empresas eficientes e innovadoras, proyectos asociados al cambio climático, las industrias de automoción, del naval, agroalimentarias, pesqueras y las de reciclaje y reaprovechamiento o los desarrollos biosanitarios y laboratorios punteros.

No hay orientación científica o técnica que evite a los dirigentes elegir. Les corresponde esa responsabilidad, la más complicada de su misión porque lo que decidan tendrá consecuencias para los ciudadanos. Su selección la plasma cada ejercicio en el reparto del erario. Que acierten como nunca este año.