En la Casa del Burgo de Cela hay un espléndido magnolio bajo el cual se asienta un banco de piedra desde el que se vislumbra la bahía de Bueu con la isla de Ons al fondo. En las puestas de sol se puede otear con la imaginación el puerto de Nueva York y, si la creatividad personal lo permite, La Habana, Río de Janeiro, Montevideo o Buenos Aires. Los alcances son propios de los artistas, de la inspiración descomedida, de saber que tras los límites de la realidad, en su misma frontera, nace la creatividad. José María Barreiro lo sabe, por eso quizás ha preferido nacer en las alturas montañosas de Forcarei, hace nada, ochenta años. Ahora vive en las cumbres de la Pontevedra marítima, la ría de su ciudad de infancia, también del Marín de sus primeras exposiciones con Manuel Torres, como de su adorado Beluso. El pintor es un ser humano casi ilimitado, conocedor de múltiples geografías: Vigo, París y la capital argentina. Su obra cuelga en ranchos de Texas, en hoteles de Egipto y en el Vaticano. Pero prefiere el sosiego de la amada Galicia. Y también de las humanas, de las de Lugrís o Laxeiro.

El elevado asiento permite contemplar desde la sombra, al pie del estudio y del hórreo, las mansas puestas de sol atlánticas. El sonido ambiente de fondo bien podría ser el de un tango con Albinioni, con letras de Carlos Gardel o de Cafrune, o acordes de la guitarra mágica de Paco de Lucía... y también el gaitero de Soutelo de Montes... Todos concurren a la hora del trabajo para incorporarse en una obra absolutamente singular, a un estilo en el que burbujea la genialidad de Barreiro. En la realidad natural, en los momentos de contemplación, tintinea un pequeño arroyo de agua, que bajo una platanera sume el espacio en una profunda paz. Naturaleza y arte se integran.

Barreiro sabe dibujar, pintar, modelar la vida, interpretarla, colorearla y evocar sus momentos mejores, vive una etapa de espléndida lucidez.

Mantengo que la inspiración surge de antiguas melancolías, de esencias difusas de una memoria que pertenece a una confusa nada. Un trazo es principio, es el halo primigenio, el hecho creador, la voluntad de arte, quizás otras nadas perdidas, extraviadas, en los corredores del recuerdo. Nunca nada fue tanto. La memoria puede abstraerse a sí misma para crear arte. En Cela ocurre el milagro cada día. Y es que la nada es todo y todo es nada, como los años del eterno tango.

*Periodista