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Ceferino de Blas.

Las primeras papeleras

Viene a cuento la campaña "Vigo, cidade limpa", cuando se ha multiplicado el uso de plásticos, y la obligatoriedad de las mascarillas, por imperativos de la pandemia. Y aunque la gente cumple con la regla social de la limpieza, de vez en cuando se ve alguna en la calle o por las aceras que causan un efecto impactante y rompen la tónica de ciudad aseada.

Porque si es cierto que ha sido en los últimos tiempos cuando ha empezado a recibir premios nacionales por su pulcritud, la tradición de ciudad limpia viene de antiguo.

El mejor ejemplo es que Vigo figura entre las primeras poblaciones de España que incorporó papeleras a sus planes de aseo urbano. Exactamente, desde julio de 1916.

Lo cuenta en un divertido artículo uno de los periodistas más prestigiosos que ha dado Vigo en su historia: Pío Lino Cuiñas.

Las instaló el Ayuntamiento y eran, a decir del articulista, "unos canastillos muy cucos, convenientemente colocados en algunas esquinas y paseos de la ciudad".

Suponían tal novedad las papeleras que Cuiñas parecía no creérselo. Escribe: "Llegaremos a adquirir por ahí adelante fama de limpios y bien olientes, y puede que esto nos sirva para que vengan los vapores directos de Nueva York".

Era un rasgo definitorio de la modernidad de la ciudad, hasta el punto de que, en tono festivo, el escritor sugiere que hasta podría impulsar uno de los grandes objetivos vigueses de la época, que era conseguir una línea directa de barcos con Nueva York. Un objetivo que se hará realidad al final de la Gran Guerra.

Por fortuna, la tradición iniciada hace más de un siglo de valorar la limpieza se ha conservado, lo que ratifica la fidelidad de los vigueses hacia su ciudad, del espíritu de civismo y del aprecio por lo propio, además del componente estético.

Sin necesidad de que se fijen multas cuantiosas y sanciones como ocurre en Singapur por encontrar un chicle en la acera.

Nadie se lleva mejor impresión de una población que pasearla y encontrarla reluciente, donde no se vean en las aceras ni colillas ni residuos de ningún tipo.

La primera regla de una ciudad humanizada es que esté impoluta, en la que los servicios de limpieza cumplen su función -los hechos demuestran que en Vigo están a la altura-, y los ciudadanos colaboran, porque es su hábitat y lo sienten como propio, como si se tratara de sus hogares.

Los residuos se han convertido en la gran amenaza para los océanos, donde los plásticos se acumulan formando islas gigantescas. Y las ciudades deben preservarse como frenos de ese peligro, impidiendo que ni un solo plástico se vaya al mar.

Por la descripción de Cuiñas, nada tienen que ver las papeleras de ahora con las de hace un siglo, pero no hay duda de su necesidad y de que son indispensables para mantener el aseo urbano.

Cuando había botellón en la plaza de Portugal -el único efecto positivo de la pandemia es que lo ha desterrado-, algunos bien pensantes decían que los chavales dejaban botellas y plásticos tirados en el suelo porque las papeleras eran insuficientes y estaban llenas. Si hubiera más, recogerían los desechos.

De ahí la importancia que tiene que haya el mayor número posible de ellas y de que estén distribuidas en los sitios estratégicos para que cumplan su función: habilitar una ciudad permanentemente limpia.

Es la garantía de que Vigo resulte atractiva para propios y extraños, porque la pulcritud es un elemento fundamental para su prestigio como ciudad humanizada.

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