A falta de que los expertos -y los que poco tienen de tal: ya se notará por lo que critiquen los políticos en precampaña- se encarguen de abrirlo en canal para revisarle las entrañas, parece cierto que el plan que presenta la Xunta para la reconstrucción económica del país va en serio. Un calificativo que puede parecer de Pero Grullo en este Reino, pero que ya quisieran en otros, dicho sea no tanto con el ánimo de ofender a terceros cuanto de enaltecer a los que aquí lo elaboraron. Y que puede -ese plan- primero, reparar los daños con eficacia y, después, sentar bases para corregir algunos defectos que los agravaron y encauzar el futuro.

Conste que la propia seriedad del trabajo obliga, incluso en el mero análisis periodístico, a repasarlo a fondo si lo que se busca es un diagnóstico profundo. El apremio de las tareas diarias reduce el campo para la reflexión y obliga, después de advertirlo, a relativizar las opiniones. Pero su extensión y profundidad, así como el tiempo le que han dedicado los autores merece, además del adjetivo ya empleado, añadir otro: esperanzador. De forma específica cuando se refiere al futuro fiscal gallego y a posibles rebajas de algunos impuestos como elemento dinamizador.

A partir de ese primer vistazo, procede alguna otra observación ajena a lo que le aconsejan a la Xunta sus asesores. La primera ha de referirse no al plan de futuro, que ya se ha esbozado, sino más bien al futuro del plan. Porque en una víspera electoral como la que se vive parece inevitable un cierto condicionamiento de su desarrollo al resultado que salga de las urnas el día 12 de julio próximo. Esa es una conditio sine qua non en una democracia, sistema en el que la última palabra la tienen los votantes, aunque en España ese principio sea bastante relativo.

Una segunda observación, por lo tanto, es que a partir del día siguiente al que se realice el escrutinio final, el vencedor llame a quienes hayan de constituirse en oposición para tratar de llegar, en el futuro más corto posible, a acuerdos de país. La previsible duración de la crisis económica, y la falta de seguridad en que no haya un rebrote en la pandemia van a necesitar más tiempo del que ahora se calcula y, por tanto, el plan y sus efectos trascenderán a una legislatura. O sea que este, o cualquier plan, necesitará pactos.

Con respeto para las diferentes fuerzas políticas, es preciso insistir en que a pesar de los llamamientos de todas y cada una al entendimiento y la "unidad" en circunstancias especialmente graves para Galicia, nadie se cree su sinceridad. Es un mal del oficio que, con alguna excepción, lastra el oficio, y la mentira que supone ocultar las auténticas intenciones es un mal que se ha agravado de modo notable. Sobre todo en términos de Estado, desde la llegada de Sánchez al Gobierno y su insistencia en recuperar la perversa dinámica de bloques enfrentados. Que funciona, parece, desde una anestesia generalizada en la opinión pública y la publicada: buena parte de ambas miran a Moncloa como a un santuario. Y no parece que se aproxime siquiera a eso.

¿O no??