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José Manuel Ponte

INVENTARIO DE PERPLEJIDADES

José Manuel Ponte

La normalidad y la torre de Babel

La confusión de las lenguas fue uno de los efectos perversos de la pretenciosa aventura de la torre de Babel. Al final nadie entendía el idioma del otro, y las palabras dejaron de tener un valor reconocido y perdieron todo su significado. No obstante, los más optimistas, o los más atrevidos, de entre los confundidos interpretaron que la babélica catástrofe conllevaba el inicio de un proceso renovador y se aplicaron en su propio beneficio al estimulante juego de intercambiar palabras ambivalentes, de esas que hoy valen para una cosa y mañana para otra sin caerse del diccionario.

Estos días le hemos oído al presidente del Gobierno, señor Sánchez, hablar de una "nueva normalidad" para referirse al previsible aspecto social y económico en que quedará el Estado español si se cumplen, con disciplina y algo de suerte, los dictámenes del comité de expertos al que hemos cedido el mando de la lucha contra la pandemia del coronavirus. Un viaje azaroso al que la élite gobernante ha dado en llamar "desescalada", palabra horrible que pretende aludir a las distintas etapas de regreso a la situación anterior al estado de emergencia. Algo imposible de concretar, por otra parte, ya que aspira a conciliar la salvaguarda de la salud pública atacada por el virus con las exigencias de una economía capitalista. Difícil equilibrio de intereses contrapuestos que solo podría repararse en parte si los científicos son capaces de encontrar pronto una vacuna eficaz. Mientras eso llega, entretenemos la espera con nominalismos varios. Como el antes citado de la "nueva normalidad" que no pasa de ser, supongo, una ocurrencia de los asesores de Sánchez. Una más en la Historia. En la primitiva cristiandad se le llamó "nuevo" al pagano adulto que se bautizaba en la medida que se creía que el contacto con el agua bendita hacía nacer valores superiores en el catecúmeno. Y veinte siglos más tarde también hubo "hombres nuevos" en el fascismo, el nazismo y el comunismo, con resultados ya conocidos.

Pero el afán renovador no se circunscribió solo al ser humano. Los españoles, cuando descubrieron y conquistaron América, le llamaron 'Nueva España' a un inmenso territorio que superaba en mucho los límites del antiguo imperio azteca. Y ''Nueva Galicia', 'Nueva Vizcaya', 'Nueva Extremadura', o 'Nuevo Reino de León' a otros menos extensos. No pretendo ocupar este breve espacio de opinión con un inventario de renovaciones más o menos falsas desde, "la camisa (también nueva) que tu bordaste en rojo ayer" del himno de la Falange hasta la penúltima oferta publicitaria de un detergente que lleva años lavando más blanco y más limpio que nadie.

Tan solo me gustaría que alguien convenciese al presidente el Gobierno para que deje de utilizar machaconamente en sus comparecencias la expresión "nueva normalidad", en la medida que contribuye a la confusión mental. Es un futurible de imposible concreción y ya estamos sobrados de entelequias como para tener que aguantar una más. Para castigo nos llega con la pandemia.

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