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Escambullado no abisal

Algorityo

Durante años todos nos hemos construido una réplica en el ciberespacio. Hemos almacenado nuestros archivos personales en nubes, sustituyendo incluso a los recuerdos en el ahorro de memorizar. Nos hemos ido modelando con cada búsqueda en Google, cada canción de Spotify, cada película de Netflix... La más mínima de nuestras elecciones ha quedado registrada y codificada, reconstituyéndonos tesela a tesela.

Ese mosaico de nosotros mismos no solo nos retrata. También nos anticipa. Los algoritmos han reemplazado a las sibilas, tal vez a dios. "Ya que usted vio, quizá le interese...", nos proponen las plataformas. Youtube encadena temas musicales por su cuenta a partir de nuestra primera elección. Google encuentra con precisión aquello que vagamente pretendíamos. Una compleja urdimbre de actos mínimos ha mapeado nuestra alma, por la que los algoritmos navegan con conocimiento cartográfico.

Ya no descubrimos el mundo en los consejos, el zapeo o el hilo de la radio, que nos sorprendían a cada instante. En el moroso deshoje de la cuarentena es fácil poner el piloto automático. También en las redes sociales, donde hemos ido congregándonos por afinidades ideológicas, en sentido amplio. Buscamos relaciones que nos retroalimenten las certezas. Salimos en manada a por el disidente. El debate de los temas más complejos ha quedado confinado al maniqueísmo de los 140 caracteres de Twitter.

En realidad todo responde a un diseño previo, a la imagen que cada uno de nosotros quiere proyectar, incluso hacia el espejo. Leo, oigo y hago todo aquello que cuadre con lo que creo o quiero ser, también en la intimidad, descartando lo que me apetece si no encaja en la composición. Ese concepto sajón del "guilty pleasure", del placer culpable que no nos atrevemos a confesar, obedece precisamente a la dictadura autoimpuesta de lo que consideramos correcto o conviente.

En la serie Altered Carbon plantean la eternidad como una pila en la que se descarga el contenido del cerebro. El cuerpo, original o sintético, se ha convertido en una funda intercambiable. Esa pila se aloja en la base del cráneo, puede transportarse o transferirse. Con más probabilidad, para nuestra eternidad recurriríamos a ese yo ideal almacenado digitalmente. Así, a fuerza de reproducirnos, acabaríamos convertidos en nuestro propio cliché, tan perfeccionado de copia en copia que en nada se parecía al original. Porque si algo nos hace humanos es esa interferencia que no acertamos a explicar, esa leve alteración que difiere del conjunto. Me niego a seguir lo que me recomiendan en Amazon Prime. Rechazo los podcasts que iVoox etiqueta como "especialmente para ti". Me invento un personaje para maniobrar con el mando a distancia, en una rebeldía que muy posiblemente también los algoritmos habían previsto. Esta misma columna me la podría haber dictado Siri.

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