La crisis del coronavirus está teniendo, y sobre todo tendrá, un impacto importante en las economías desarrolladas. La pandemia, así declarada por la OMS, ha demostrado las debilidades de la economía globalizada y la ausencia de planes de contingencia diseñados a nivel internacional. Desde una óptica de la gestión del riesgo, el coronavirus podría catalogarse como catastrófico, con una baja probabilidad de ocurrencia, pero con un impacto económico muy importante. Y si algo ha dejado claro esta crisis es que los países carecen de un protocolo de actuación.

En gran medida, debido a que paralizar la economía de un país es una decisión difícil, sobre todo cuando se depende de servicios como el turismo, el ocio, los profesionales independientes, el servicio del hogar, entre otros. Pero simplemente es difícil porque no se han diseñado instrumentos de cobertura adecuados para la situación. La existencia de un fondo internacional financiado con aportaciones de todos los países que cubra estas contingencias permitiría actuar de forma ágil, evitando la propagación y sin la preocupación de que las decisiones tomadas en beneficio de todos hipotequen su futuro económico. Algo similar a lo que ocurre cuando se declara una zona catastrófica como consecuencia de un fenómeno natural.

Dicho fondo, debería ir acompañado de un protocolo de actuación que evite los problemas de coordinación que se han observado en esta ocasión. Personas provenientes de zonas de riesgo volando en aviones por toda Europa sin ningún control, manifestaciones autorizadas en pleno desarrollo de la pandemia, movilidad desde las zonas de riesgo hacia zonas limpias, etc. Y todo simplemente porque, como Boris Johnson declaró recientemente, le damos prioridad a la economía.

Bruselas ya ha anunciado la movilización de hasta 25.000 millones de euros y la flexibilización de los criterios de déficit público, una actuación interesante pero que debería estar planificada previamente. Si los países contasen con el respaldo económico de un "seguro internacional" y tuviesen un plan de contingencia previamente diseñado las consecuencias se habrían limitado. En estos momentos, muchos trabajadores por cuenta propia, empresarios y trabajadores se encuentran con la preocupación de desconocer el devenir de sus negocios. ¿Cómo van a querer cerrar su única fuente de ingresos? ¿Cómo van a pagar las nóminas de los empleados? El aplazamiento de deudas y la concesión de créditos no es la solución. Cuando hay una inundación se cubren las pérdidas de las cosechas y lo mismo ocurre con un terremoto o un huracán.

Una pandemia es un riesgo similar que debe ser indemnizado de una forma equivalente. Sólo de esta forma se podrá garantizar el mantenimiento del empleo y del tejido productivo una vez que el riesgo esté controlado. Es de esperar que tanto las autoridades nacionales como internacionales movilicen los fondos cuanto antes para garantizar el mantenimiento del empleo que tanta falta hace en nuestro país.

Pero no sólo las autoridades tienen que estar a la altura, también los ciudadanos debemos colaborar y demostrar nuestro compromiso social. Pequeños gestos como, seguir pagando servicios que se han cerrado temporalmente (gimnasios, clases particulares, etc.) o no despedir al servicio doméstico, seguir comprando en el mercado local, puede ayudar que no nos encontremos con un panorama desolador cuando vuelva la normalidad. Desolador en lo económico y en lo anímico. Es el momento de solidarizarse con el drama que se deriva de esta situación, de perder un poco para salir ganando todos como sociedad, de demostrar que aún queda algo de sensibilidad en una sociedad dominada por el individualismo frente al sentir colectivo.

*Profesor de Economía Financiera de la USC